El pasado 4 de abril el deporte andaluz en general, el sevillano en particular y el remo como gran familia que es recibieron una noticia que no por esperada fue menos dura: José Antonio Muñoz Muñoz, el irrepetible Anchoa, había cedido el pulso después de una durísima batalla con la naturaleza. Aquella mañana de primavera su muerte fue un escalofrío que recorrió los tuétanos de los que tuvimos la suerte de conocerlo. Su memoria sigue viva.

El próximo sábado se celebra la quincuagésima segunda edición de la Regata Sevilla-Betis, la primera sin que Anchoa esté entre nosotros, y a buen seguro que la dirección de la prueba, cuyo timón llevó con pulso firme y determinado hacia su engrandecimiento entre 1989 y 1995, tendrá algo más que un detalle con él. Todo lo que haga la regata en recuerdo de Anchoa será poco, porque no se concebiría la dimensión que cobró este evento, que amenazaba ruina por hastío y falta de apoyos, sin que él hubiese cogido el timón para ponerlo donde está hoy.

Auspició incluso la creación del trofeo que premia al ganador, el conocido como Cocodrilo; selló los convenios definitivos con los clubes futbolísticos y el Ayuntamiento para que a la prueba jamás le faltara el apoyo de sus tres pilares principales; también el patrocinio con Cruzcampo; la cobertura mediática, las primeras retransmisiones televisivas,... No se concibe la regata sin Anchoa, quien, pese a que siempre estuvo adscrito al Labradores y al Sevilla como clubes del alma, jamás perdió la imparcialidad a la hora de meter riñones en pro de la excelencia de la regata y de su competitividad. Incluso aceptó con elegancia la derrota de ver el cambio de sentido por el que la prueba dejó de tener la meta en su querido CAR.

Este sábado, cada golpe de riñón, cada palada, cada voz del timonel durante los seis kilómetros de la durísima prueba tendrá el eco amargo de su recuerdo. Y el deber del honor en su memoria.