Análisis

david benavides cuevas

Catedrático de la ETSI de la Universidad de Sevilla

Se ha despedido de Sevilla

La arquitectura fue su profesión; el arte y la filosofía su forma de entender el mundo

Lo ha hecho un 26 de diciembre. Nos deja su cuerpo, pero se queda su recuerdo, su alegría, su lucidez y su erudición. Jorge Benavides Solís, su patria San Gabriel el Macondo del Carchi. Estudió durante toda su vida. Desde los cinco años se iba al colegio antes que todos sus compañeros para estar el primero en la escuela. Metía los pies en agua fría para no dormirse al estudiar. No paró de aprender, estudiar, escribir y divulgar. La arquitectura fue su profesión; el arte y la filosofía su forma de entender el mundo. Un mundo del que tuvo siempre una visión crítica. "Se evidenció la globalización de la injusticia globalizada y de los desequilibrios sociales", escribía al hablar de la pandemia que se lo ha llevado. Vivió y creció en Ecuador, como solía él decir, "un país imaginario atravesado por una línea inexistente". Se enamoró en Segovia de una sevillana y tuvo una hija y un hijo, Sofía y David. El gran mar los separó por un tiempo, pero en 1990 volvió a Sevilla a trabajar en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad de Sevilla. Hizo su doctorado por segunda vez pues su rebeldía crítica lo llevó a no recoger el título cuando había defendido su tesis doctoral en la Universidad Politécnica de Madrid en los años setenta. "¿Para qué me sirve un cartón? El saber ya lo tengo", decía por aquel entonces. Tuvo que repetir su doctorado en los noventa. Lo hizo. Escribió letras y letras, artículos y artículos, libros y libros. Ávido lector de todo lo interesante. Un olfato mágico para descubrir lecturas, música, artistas, películas, obras de teatro, pero también comidas, pueblos o rincones especiales. Una sensibilidad exquisita que lo hizo escribir versos incluso en los últimos momentos. Un padre, abuelo, amigo, compañero, profesor, urbanista y también amante, nos deja. Su lucidez se apaga entre tanta niebla, pero su recuerdo y su obra permanecen. Sevilla le debe una sonrisa.

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