Análisis

Santiago Carbó Velarde

Catedrático de Análisis Económico de la Universidad de Valencia y director de Estudios Financieros de Funcas

La economía y las finanzas en 2023

Imagen de un mercado de abastos

Imagen de un mercado de abastos

Son fechas donde abundan los análisis de cierre de año y de perspectivas para el siguiente. Se emplean conceptos como la “palabra del año”, o la probabilidad de un “cisne negro” en la economía o adivinar qué contingencia traerá redoblados quebraderos de cabeza. El término económico de 2022 ha sido la inflación, aunque una de sus principales causas (guerra en Ucrania) sea geopolítica. Para otros analistas, las consecuencias de la inflación son de similar importancia, como el incremento de los tipos de interés y la desaceleración en la actividad, que acerca en muchos rincones la recesión. No obstante, la lucha contra el crecimiento de los precios ha sido el eje principal de la política económica el año que termina. Además, el hecho de que hacía –dependiendo de la latitud de los países occidentales– entre 30 y 40 años que no asomaba, le otorga un “toque” de novedad. Acentúa su importancia.2023 continuará marcado por la inflación. Probablemente de modo diferente. Parece que se ha alcanzado el “pico” de esa primera ronda de inflación de mediados de este ejercicio que tanta preocupación y reacción política causó. Sin embargo, no se irá fácilmente. La situación actual no tiene fácil analogía –ni soluciones– en el pasado, pero una característica de la inflación permanece: es pegajosa. Bajar el crecimiento de los precios por debajo del 5% de manera permanente puede costar todo el ejercicio. Devolverla al objetivo de política monetaria (alrededor del 2%) puede llevar hasta más allá de 2024. Una de las grandes dificultades, la guerra en Ucrania, va más allá de la economía. Se ha aprendido a convivir con ella y ya no pillará de sorpresa –como en febrero cuando se inició– pero permanecerá como gran fuente de inestabilidad hasta que termine. Por otro lado, un posible “cisne negro” es el impacto del cambio radical en la política de lucha contra la Covid del gobierno chino que conlleva un incremento intenso de contagios –con gran parte de la población sin la inmunización de las vacunas– con graves consecuencias hospitalarias y económicas, si afecta a la producción de terminadas industrias y regiones de este gran proveedor mundial. No se pueden descartar nuevas tensiones en las cadenas globales de suministros.

En cada país –o bloque, como sería la Unión Europea– será importante el éxito que tengan las acciones de sus gobiernos para bajar la inflación. A escala de la UE está por ver si el tope al precio del gas –finalmente aprobado– logra mantener a raya el coste de esa energía –los topes en la península ibérica han logrado hasta ahora los efectos esperados– y a la vez no causar problemas de abastecimiento. El de este invierno parece garantizado pero no así el de dentro de doces meses. No está asegurada la provisión para crear las reservas de gas necesarias. Por otro lado, los gobiernos nacionales tendrán una gran tarea en impedir “efectos de segunda ronda” –espiral de crecimientos de salarios, otras remuneraciones y precios– de la inflación, que hasta ahora se han evitado en gran medida. Sin embargo, el mantenimiento de niveles altos de inflación –sobre todo, subyacente– puede terminar afectando a las remuneraciones. El hasta no hace mucho muy comentado “pacto de rentas” –que parece haber quedado algo en desuso últimamente– puede tener que retomarse. Mientras tanto, en estos últimos días, los países están reajustando sus medidas contra la inflación. Esta misma semana el gobierno español, entre otras medidas, ha reducido las ayudas al combustible solamente a los principales sectores productivos afectados (transporte, sector primario), ha mantenido la “congelación” de alquileres, otorga una ayuda directa de 200 euros a los hogares con ingresos de menos de 27.000 euros y deja exentos del IVA los “productos de primera necesidad”. Focalizar las ayudas a los sectores más afectados es buena noticia mientras que el mantenimiento de alguna a toda la población no lo es y puede ser inflacionista.

También hay que ponderar las consecuencias financieras para 2023. La acción de la política monetaria, fuertemente endurecida en 2022, ha supuesto un notable aumento de los tipos de interés y una retirada significativa de la liquidez. Aunque el Banco Central Europeo comenzó en verano su estrategia restrictiva, ha ido lanzando mensajes cada vez más “halcones”. Cabe esperar que, al menos en la primera parte del año que comienza, haya nuevas subidas del precio de del dinero y se materialicen las repercusiones de la retirada de liquidez en deuda pública y privada. El Euríbor seguirá subiendo aunque, con los datos actuales, parece improbable que supere el 4%. Todo ello podría mantener, en el contexto de incertidumbre e inflación, las expectativas de muy bajas o negativas tasas de crecimiento económico para los próximos trimestres. En algún caso puede llevar a recesión técnica, aunque parece que España la evitará.

Consecuencias también en los mercados. Los gobiernos de la Eurozona contarán con menores apoyos en el BCE para sostener la rentabilidad de su deuda. El reforzamiento de la credibilidad fiscal y la reducción del déficit público parece la única de hoja de ruta si se quieren evitar sustos innecesarios con el coste de la deuda. En el mercado de deuda privada y crédito a empresas, también las condiciones se van a endurecer y habrá escasez relativa tanto en recursos prestables como en capital (private equity). Y el encarecimiento de las hipotecas a tipo de interés variable puede tener algún recorrido adicional en el ejercicio que comienza. En suma, 2023 viene cargado, pero con muchas inercias que, con un poco de suerte, se podrán administrar. Es lo que tiene la acumulación de varias crisis, los seres humanos y sus organizaciones aprenden a gestionarlas mejor y a ser más resilientes.

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