Mientras el PSOE quería una campaña templada al baño maría, ajena al estrés de la política nacional, las circunstancias han hecho que en plena carrera del 2-D el ruedo ibérico esté en ebullición. La olla a presión de la política madrileña puede estropear el diseño de una reelección tranquila de la presidenta. España no termina en la Puerta de Alcalá y la política nacional está desbocada. La época tiene semejanza con la primavera de 2014, cuando por sorpresa Podemos sacó cinco diputados en las elecciones europeas. Fue la espita de descompresión del malestar social del momento. Ojo con Vox dentro de nueve días. No tienen publicidad institucional ni privada, pero llenan recintos con facilidad. Han generado una corriente de simpatía en un segmento de la población que está lejos del perfil de que "vuelve Blas Piñar". Las encuestas estiman que multiplican su resultado de 2015, pero no detectan cuánto; pueden no sacar diputados o conseguir varios.

El estado mayor de Susana Díaz no quiere que se hable de España. Pero el Gobierno y el Reino Unido dirimen un pulso sordo, una especie de negociación en B sobre la soberanía de Gibraltar, territorio andaluz de dominio extranjero. Un Ejecutivo socialista minoritario se enfrenta a un bloqueo en la renovación del CGPJ y saca leyes sobre hipotecas o estabilidad presupuestaria con ayuda de los separatistas catalanes. El mismo soberanismo cuyo tonton macoute envenena el Congreso con su gamberrismo parlamentario de serrín y estiércol. Están pasando cosas de gravedad y la olla a presión necesita una válvula de escape. Mientras, entre abrazos y lloros por los ataques, la presidenta se comporta como si esto no fuera con ella. No parece un acierto.

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