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Análisis

Joaquín Aurioles

El enigma monetario

Los cambios al frente de la Comisión Europea y del Banco Central Europeo, donde mandarán una alemana y una francesa, lleva a pensar en un pacto estratégico entre Merkel y Macron

Christine Lagarde.

Christine Lagarde. / SHAWN THEW / Efe

Francia y Alemania marcan el paso de la nueva Europa con el nombramiento de los responsables en la Comisión Europea y el Banco Central Europeo (BCE). Una alemana, Ursula von der Leyen, al frente de la primera y una francesa, Christine Lagarde, al mando del segundo llevan a pensar que Merkel y Macron han debido cerrar algunos acuerdos estratégicos, aunque la cercanía entre ambos ya era notable en materias como el Brexit y los populismos, el cambio climático, la ciberseguridad, la inmigración, la guerra comercial o el propio futuro de Europa. También es probable que haya habido alguna concesión significativa, especialmente en caso del nombramiento de Lagarde, puesto que es bien conocida la resistencia germánica a la estrategia de Draghi de inundar de dinero la Eurozona y de llevar a los tipos de interés al nivel más bajo posible.

El brusco cambio de rumbo en la estrategia monetaria del BCE llevó en su momento a la dimisión de su economista jefe, un alemán que se despedía con los peores pronósticos para la economía de la Eurozona. Los hechos no solamente le quitaron la razón, sino que, con el paso del tiempo, los reproches del ministro alemán de finanzas, W. Schäuble, fueron haciéndose cada vez más intermitentes, hasta desaparecer casi por completo. Para complacencia de la periferia perjudicada, el BCE había conseguido por fin liberarse de la presión alemana y rectificaba el rumbo en una dirección similar a la de otros bancos centrales, más afortunados en la gestión de la crisis financiera internacional.

Irlanda, Portugal, Italia, Grecia y, por supuesto, España, han pagado muy cara la intransigencia monetaria alemana que, por otra parte, hay que entender como una prevención de carácter casi genético, dada su dramática experiencia inflacionista, hace ahora casi un siglo. En 1921 el dólar se cambiaba por 60 marcos alemanes. Dos años después el cambio superaba el millón y el marco dejó de aceptarse como medio de pago. Los alemanes pasaron de la ruina a la desesperación y la profunda marca grabada en la conciencia de los alemanes se ha transmitido desde entonces entre generaciones.

Lagarde no es economista, pero es una abogada con amplia experiencia en política y también en finanzas, tras pasar por diferentes departamentos del gobierno francés y el Fondo Monetario Internacional. Aunque mantuvo ciertas afinidades con las posiciones alemanas en materia de austeridad al inicio de la crisis y con las condiciones del rescate a Grecia, su nombramiento es percibido como una opción continuista. Los alemanes han debido reconocer que la actual dirección de la política monetaria tiene toda la pinta de ser la correcta y que en estos momentos es pertinente una persona de su perfil al frente de la institución.

La designación de un político en lugar de un técnico plantea, sin embargo, algunas dudas acerca de si el BCE podrá mantener intacta la independencia que tan crucial ha resultado para gestión de Draghi. Europa y la Eurozona se encuentran inmersas en un proceso de cambio plagado de incógnitas por despejar, en las que resulta difícil con frecuencia distinguir entre los matices técnicos y políticos. El propio BCE ha de adentrarse en una nueva etapa en la que se mantiene la subordinación de cualquier otro objetivo de política económica al de inflación, que ahora se fija en el 2%, en lugar del “por debajo del 2%”, pero en el que de alguna forma hay que encajar la defensa del euro, lo que en la práctica debe suponer una mayor predisposición a intervenir en el mercado de divisas, aunque sea a través de los tipos de interés.

Algunos de los retos que tiene planteados el BCE en este momento tienen un carácter político casi tan marcado como el estrictamente técnico. Uno de ellos es la corrección de los fallos en el diseño y puesta en marcha del euro, que favorece el contagio entre el conjunto de los miembros de las consecuencias de las decisiones de los gobiernos irresponsables en materia de gasto y endeudamiento. Otro reto de similares características es el mecanismo para la intervención en la defensa de los países especialmente perjudicados por crisis y perturbaciones externas. También dentro del perfil político, sobre todo a raíz de su experiencia en el FMI, encaja la aspiración reiteradamente expuesta por Draghi de una más eficiente coordinación entre la política monetaria del BCE y las políticas fiscales de los estados.

Incluso pera el avance en el objetivo de integración bancaria es probable que las habilidades políticas sean más valiosas que las técnicas. Pero donde sin lugar a dudas será necesaria una buena dosis de rigor académico es en el retorno a la ortodoxia monetaria. Algún día, probablemente dentro del mandato de Lagarde, la inflación amenazará con sobrepasar el límite del 2%, lo que significará que ha llegado el momento de las restricciones y la subida de tipos. Habrá que ser prudente y hacerlo de forma progresiva, como en Estados Unidos, porque el dinero tiene un efecto narcótico y la retirada puede provocar algo parecido a un síndrome de abstinencia, pero todo esto forma parte del gran enigma monetario que ha llevado a economistas de prestigio y también a algunas figuras políticas emergentes a solicitar una revisión de la teoría monetaria moderna.

La aparente indiferencia con que la inflación responde a los estímulos monetarios extremos en Europa, Japón o Estados Unidos aconseja cuestionar no sólo el diseño de las políticas, sino también los fundamentos de la teoría, es decir, el tipo de relación que existe entre la cantidad de dinero, los tipos de interés, el tipo de cambio, el crecimiento real de la economía y la inflación.

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