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El tiempo El tiempo en Sevilla para el Jueves Santo y la Madrugada

Nunca nuestros caminos se habían cruzado; de aquí para allá tú, inamovible de mis calles y mi barrio yo; tú de capa, yo de cola; tú hermano de número, yo enredado en mil y una historias; tú penitencia, yo gloria...

El Señor y la llamada suave y dulce del hermano nos hizo iniciar una andadura, un ministerio complejo y dilatado en el tiempo en el que se fue forjando el cariño, la confianza, el afecto profundo y desinteresado de quienes no mirábamos más allá del bien común de nuestras hermandades y de un servicio leal y eficaz a la Iglesia, a Dios y a los hermanos.

Las noches y los problemas, también las alegres mañanas y las satisfacciones, fueron curtiendo nuestros abrazos, mitigando desencuentros, aplicando bálsamo a los fracasos y enjugando lágrimas de deslealtades y ambiciones.

Hemos visto cambiar los roquetes de nuestros hijos e hijas por largas túnicas y amplias capas, por botonaduras celestes o negras, por anchos espartos y cíngulos dorados. Compartimos parones y chaparrones, oraciones en la intimidad y palabras, muchas palabras; unas profundas y sabias, otras vacías, huecas y ampulosas, pero todas y a todos los escuchamos con caridad y respeto.

A ti, a mí y a muchos, el Señor nos ha mostrado lo larga que puede ser la estación de penitencia de la vida cuando la enfermedad se clava en el hombro como cruz en la entrada de la cofradía, como cirio que taladra la cintura, como sandalia que lastima el pie.

Por eso, hermanos, porque nos desvelamos el uno al otro nuestras más profundas devociones, porque aprendimos mano a mano a querer la hermandad del otro mientras tratábamos de construir nuestro tiempo, por eso, en estas tardes de arcos y ojivas, de luces y brillos en las que se nos hacen dolorosamente presentes el desamparo y la soledad, volveremos a encontrarnos en la oración, engarzada en las lágrimas brillantes del Cristo humilde o depositada suavemente en las manos abiertas de la Virgen de ojos entornados.

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