Previsión El tiempo en Sevilla para este Viernes Santo

Amanece. Quizás estés cansada. En tu habitación cuelga fantasmal desde hace días ese trozo de terciopelo azul que fuiste a recoger a la hermandad. Te asombró ver a tantos niños, tanta gente, tanto trajín. Te han dicho que son tus hermanos, los mismos con los que compartirás esta tarde el somero espacio de la capilla, la estrechez de la calle, los brazos de Dios, las manos de su madre.

Es posible que de los labios de tus padres haya salido el significado del camino que vas a emprender; no, no será una andadura fácil, la túnica te pesará sobre los hombros y el aire no llegará a tus pulmones, pero esto será sólo una pequeña parte de lo que vivirás, porque hoy pierdes tu nombre, hoy te mimetizas con el cielo, hoy asumes la condición de heredera de unos hombres y mujeres que llevan más de cinco siglos manifestando su creencia en el Dios de los ojos entornados, en el Cristo poderoso del Arenal, en el Señor que reparte salud a los que la necesitan.

A partir de hoy ya no serás la misma. Día tras día adecuarás tus pasos al incómodo trabarse de la túnica, sentirás que eres especial porque perteneces al grupo de hojas recogidas en un solo corazón por la maroma marinera que se hace cíngulo dorado del canasto donde se alza el Calvario. Por vez primera y para siempre vas a sentir marcado en tu piel este color, este olor, esta cruz escandalosamente roja que nos une con el centro de la cristiandad, que nos hace Iglesia, que nos enorgullece y nos compromete, que nos distingue de otros.

Y también hoy, cuando cansada desanudes la cintura, entenderás por qué de aquí a pocas horas, el mismo crucificado que hoy contemplabas en la distancia, dormido, volverá a reinar en lo más alto del retablo de la capilla, como imagen indeleble de aquello que desde siglos juramos los herederos de los toneleros, que al alborear del domingo más grande de todos los tiempos, todos, tus padres, tus tíos, tus abuelos, todos, nos encontraremos en ese mismo cielo, azul Carretería.

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