Análisis

rogelio rodríguez

Sin estadistas y a oscuras

Rivera, aún en ciernes, es oportunista, como lo fueron González, Aznar, Zapatero y Rajoy

Si, como decía Winston Churchill, el político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones, es obvio que ninguno de los actuales políticos merecería la consideración del célebre ex primer ministro del Reino Unido, que también fue Nobel de Literatura y hasta corresponsal de guerra. Nuestros dirigentes sólo se desvelan con los sondeos sobre intención de voto, de ahí la baldía hiperactividad que mantienen en los tres últimos meses, en los que se han hecho públicas nada menos que siete encuestas con resultados demoledores para populares y socialistas. También para la estabilidad, ya que ningún partido obtendría cien diputados.

PP y PSOE son cautivos de su borrachera de errores, flotan sin rumbo y no parece importarles que sus fanales estén a oscuras. Son los grandes responsables. Lo refleja el espejo del CIS, siempre benevolente con el partido en el poder: sólo el 36% de los votantes del PP califica de positiva la gestión del Gobierno y sólo el 16% de los votantes socialistas aprueban la labor del PSOE en la oposición. En general, más del 80% de los encuestados desconfían de Rajoy y de Pedro Sánchez, pero mientras éste vegeta en la infructuosa suerte de tener a su izquierda la decadente rivalidad de Iglesias, aquél sufre el acoso de Rivera, un político ambicioso, mezcla macroniana de conservador y progresista, crecido a expensas del fango ajeno, que en su ilusionismo por llegar a La Moncloa aprovecha cualquier ocasión para exhibir sus aranceles y zarandear las vergüenzas del PP.

A Rivera, aún en ciernes, se le acusa de oportunista, y lo es, como lo fueron González, Aznar, Zapatero y Rajoy cuando sus oponentes perdían músculo, pero el Gobierno se lo pone fácil. Un presidente que, cuestionado sobre un asunto de tanta trascendencia como la financiación autonómica, dijo la memorable frase de "haré todo lo posible e, incluso, lo imposible, si es que lo imposible es posible" denota que su tiempo sobre el ring ni siquiera precisa de un crochet electoral. Rivera, que lo tiene contra las cuerdas, ha roto el consenso sobre el conflicto catalán, pero la medida es estratégica y ficticia, pues carece de efectos prácticos al mantener su apoyo al Ejecutivo en otros asuntos tan claves como el presupuestario.

Antonio Cánovas del Castillo, excelsa figura de la política española de la segunda mitad del siglo XIX y fundador del Partido Conservador, lo definió con exactitud: "No hay más alianzas que las que trazan los intereses, ni las habrá jamás". Rivera golpea en la evidencia: el Gobierno no aplica la legalidad en Cataluña, donde se utilizan recursos públicos para asentar estructuras republicanas; no ha recurrido ante el Constitucional el voto delegado en el Parlament; el castellano sigue marginado en las escuelas; en TV3 trafica el independentismo y se emiten espacios con terroristas condenados por delitos de sangre...

El mapa político está en combustión. Que Dios nos salve de la quema.

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