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La familia Urdangarín confiaba en que el Supremo absolviera al cuñado del Rey; entre los profesionales de la Fiscalía y la Judicatura nadie encontraba motivos para esa absolución, pero sí había criterios distintos respecto a la decisión del alto tribunal: algunos pensaban que podía endurecer la condena, otros consideraban que no se había probado su intervención en la falsedad documental y la condena podía ser reducida. El Supremo, que se ha tomado su tiempo para dictar sentencia, ha considerado esta última posición la adecuada, y Urdangarín ha visto rebajada su condena inicial en unos meses, lo que no le exime de la prisión. En principio. Hoy conoceremos su situación final.

Por el bien de la Corona e incluso por el bien de la propia Infanta Cristina, que vive en una auténtica situación de sobresalto desde que su marido, y ella misma, fueron procesados, cuanto antes se produzca su ingreso mejor. Así empezará a correr el plazo para que pueda salir definitivamente, acabe su pesadilla y pueda el matrimonio organizar su futuro sin tener sobre su cabeza la espada de Damocles que perturba su vida, y la de sus hijos, desde hace años.

Nunca una Infanta española se ha visto en una situación jurídicamente tan grave y personalmente tan traumática. Al menos doña Cristina ha sido salvada por los tribunales, pero eso no impide que sufra una auténtica tragedia desde el punto de vista familiar, que afecta a unos hijos que se encuentran en el ojo del huracán, obligados a salir de Barcelona por el rechazo social que sufrían, aunque eran inocentes de los actos de sus padres, y que han crecido alejados de la familia real. En este caso, porque el empecinamiento de la Infanta de considerar a su marido como víctima de un acoso, le impidió analizar su situación con un mínimo de realismo. El acoso no era tal, sino que su marido , creyéndose impune, había aprovechado su situación privilegiada para hacer negocio, sin tener en cuenta sus obligaciones con la institución de la que formaba parte, hasta el punto de arrastrar con él a su mujer. Que no supo o no quiso ver que su marido se movía en aguas turbulentas.

Tanto el rey Juan Carlos como el rey Felipe después, el segundo con más gestos públicos de rechazo que su padre -desposeer del ducado a su hermana fue demoledor- fueron implacables en su distanciamiento hacia la infanta Cristina, que sólo rompió don Juan Carlos cuando acudió a Ginebra a una celebración familiar en la que quiso demostrar su afecto a su hija menor, que en aquello momentos sufría una profunda depresión. Pero los dos Reyes antepusieron sus obligaciones institucionales, la defensa de la Monarquía, a sus sentimientos filiales. Como era su obligación. Obligación que no quiso asumir una infanta que, por terquedad, ha hecho flaco servicio a la Corona, a sus hijos, y a ella misma.

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