Complicado este mundo del fútbol en el que cada voz intenta sonar más alta que la de el de al lado sencillamente para epatar, para llamar la atención en cualquier juicio de valor. Sirva esta reflexión para el análisis de la situación vivida por Pablo Machín en el Sevilla en sólo siete días, aunque podría valer perfectamente para cualquiera de las fases que ha tenido que pasar Quique Setién también en el Betis y cualquier otro entrenador que haya morado en los banquillos de ambos. Se ha perdido completamente la mesura, la posibilidad de realizar análisis sosegados y la razón es bien sencilla, se enjuician trayectorias completas sin centrarse en lo realmente importante, que es el desarrollo del partido que se ha disputado ese día, en diseccionar el juego.

Nadie, o casi nadie para ser más exactos, se centra en el litigio en sí, en las circunstancias que se producen para que se haya dado un determinado resultado al final y que se haya inclinado hacia un lado o hacia otro. Porque el fútbol, aunque parezca obvio y perogrullesco, siempre es un cúmulo de momentos puntuales y nadie podrá aseverar con una verdad absoluta qué hubiera pasado en la calurosa mañana del Ciutat de Valencia si Vaclik no le detiene el penalti a Morales que hubiera supuesto el 2-2. O si, por retrotraerse a una semana antes, le dan validez al 1-2 marcado por Ben Yedder de forma legal en el arranque del segundo periodo del Sevilla-Getafe. Pero no, parece que hay que establecer asertos incuestionables, juicios categóricos para abarcar un periodo de tiempo casi infinito sin tener en cuenta que el fútbol se encarga de abofetear esas opiniones y el denostado entrenador suma 11 goles en sólo dos partidos en menos de una semana. Pero qué más da, si los gritones jamás empatan, sólo epatan, la razón les pertenece a ellos y jamás a Machín, Setién o el entrenador que sea…