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Análisis

Gumersindo Ruiz

La herencia de William Fulbright

Un amigo con un currículum abrumador siempre destaca que fue becario Fulbright; el mío es mucho más discreto, pero también lo señalo, pues es una experiencia que pese a haber pasado 47 años permanece como uno de los momentos significativos de tu vida. La Universidad de Málaga ha acogido el Seminario de Primavera de Becarios Fulbright, con los becados norteamericanos que investigan en España y Andorra; el programa, creado en 1946, funciona desde 1959 en España, y en estos años, 5.800 españoles y 3.900 estadounidenses se han beneficiado de una iniciativa que obtuvo en 2014 el Premio Príncipe de Asturias.

Dos ideas surgen a partir de esta reunión. La primera, el propósito del senador demócrata J. William Fulbright (1905-1995) de crear un ámbito en la investigación universitaria para difundir ideas liberales y democráticas consideradas entonces genuinamente norteamericanas, y que ha evolucionado hacia la vinculación entre personas e instituciones. Estos días en que la OTAN se ve como una cooperación entre países con voluntad de encontrar soluciones no bélicas a conflictos -y a la vez protegerse de dictaduras agresivas-, recordamos a Javier Solana, becario Fulbright, muy crítico con la OTAN, pero que vio la conveniencia con el partido socialista de formar parte de ella, y llegó a ser su secretario general, además de alto comisionado para Asuntos Exteriores de la Unión Europea, cargo que hoy ocupa otro fulbrightita, Josep Borrell, ambos del ámbito de la física y las matemáticas. También lo es Cristina Gallach, alta comisionada de la Agenda 2030 por el Gobierno de Pedro Sánchez; y novelistas como Ana María Matute, o Miguel Delibes, y Miguel Falomir, director del Museo del Prado, pues el programa se abre a las humanidades.

La segunda idea es sobre el legado del senador Fulbright, bien recogido en un libro de Broggi, Scott-Smith, y Snyde. Fue muy crítico con la política exterior y se opuso a la invasión de Cuba, República Dominicana, Vietnam, y a las bases norteamericanas en España, por legitimar el régimen franquista. Tuvo enemigos, e incluso hubo un complot para asesinarlo a raíz de sus denuncias de la radicalización dentro del Ejército. Su visión liberal de la política exterior norteamericana se contradice con su sorprendente oposición ocasional a las leyes de igualdad social y no segregación, pero nos quedamos con lo mejor de él cuando en su libro La arrogancia del poder, nos dice: "A través de nuestra historia han coexistido incómodamente dos corrientes, una de humanismo democrático y otra de puritanismo intolerante. Hay una tendencia al predomino de la razón y la moderación cuando las cosas van más o menos bien, pero cuando los problemas y un líder de opinión ponen al pueblo en un estado de alta emotividad, el espíritu puritano se abre paso y se ve el mundo de forma distorsionada a través de la lente de un moralismo severo y enfadado". Ahora que en Estados Unidos hay una regresión democrática interna, al tiempo que recupera la responsabilidad en los asuntos internacionales, es oportuno recurrir al legado de William Fulbright en lo que tiene de bueno, y de paso aplicarlo no solo a su país, sino a todos los que tenemos ese propósito de profundizar en la democracia externa e interna.

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