El invierno llega a Cs: el PP le anticipa el gorigori

Las elecciones en Castilla-León marcan el principio del fin de Ciudadanos. Mañueco, entre la estrategia de Casado y su debilidad institucional. El 'déjà vu' institucional de la sexta ola del Covid

Pablo Casado saluda al presidente de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, en un encuentro de presidentes provinciales e insulares del PP.

Pablo Casado saluda al presidente de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, en un encuentro de presidentes provinciales e insulares del PP. / EFE

El general invierno ha cogido a Ciudadanos en pleno campo de batalla, desarmado, acorralado, sin estrategia y con un ejército en desbandada. Fernández Mañueco, con medio giro de muñeca, ha comenzado a girar el torniquete final. La convocatoria anticipada de elecciones en Castilla y León y la expulsión de los cuatro consejeros de Cs del Gobierno regional marca el principio del fin del autodenominado partido de centro izquierda, primero; liberal-progresista después; pero que terminó actuando como una formación netamente conservadora dejándose atrapar plácidamente en la madeja del PP, el único partido que realmente representa al centroderecha en España. ¿No lo sabían?

Un partido no se sostiene sólo con ideas, buena voluntad y una coyuntura propicia. Necesita líderes capaces de entender cuáles son sus mejores opciones, su potencia real y actuar en consecuencia. Un partido necesita militantes, esa figura tan denostada. Y necesita estrategia e inteligencia política. De todo esto careció el Cs de Albert Rivera cuando le entregó todo el poder al PP y renunció a pactar con el PSOE. Esa opción habría sido beneficiosa para España. Habría dado estabilidad al Gobierno, lo habría centrado y, a la vez, conjurado los pactos y apoyos puntuales heterogéneos y alambicados de todas las izquierdas, desde los independentistas hasta los abertzales.

En aquella coyuntura, recuérdese, el Cs que ahora inicia su ultimo acto, pasó de tener 57 escaños a 10. Perdió 2,5 millones de votos. Se negaron incluso a abstenerse estando Podemos en la ecuación. Primero dijeron que los de Pablo Iglesias defendían el referéndum de autodeterminación en Cataluña, lo que imposibilitaba su apoyo. Cuando Podemos barajó renunciar a la consulta, Cs terminó diciendo que poco menos o se convertían en socialdemócratas o no había nada que hacer. Aunque en realidad también negó el apoyo al PSOE en algunas comunidades autónomas. La estrategia era otra: nada con el PSOE de Pedro Sánchez. Esta semana Inés Arrimadas ha admitido, por primera vez, que aquellas negociaciones fueron un error. "Hay que asumir errores y saber que el bipartidismo es capaz de cualquier cosa", le dijo a Carlos Alsina. En realidad, otro de los errores profundos de Cs -y éste no es exclusivo de este partido- fue el hiperliderazgo de Rivera. No existieron voces críticas. Y quienes discreparon, como Toni Roldán, acabaron fuera del partido.

En plena descomposición en directo, el PP se va a quedar Cs por el proceso de fusión por absorción. Como esos bancos grandes que se comen los restos de una caja de ahorros pequeña. Y subsistirán unos pocos cargos públicos que quizás han destacado por su desempeño local y renovarán la confianza de sus vecinos. Y habrá muchos Toni Cantó dispuestos a atrapar cualquier liana que le ofrezca el PP. Poco más. Lo que queda por ver en este calendario electoral en el que se mete España de nuevo tras el chupinazo castellano será desolador. Cs, Estación Termini. A por el gorigori.

Y los motivos de Mañueco

El presidente castellano-leonés bajó el machete de la legislatura sólo unas horas después de haberle asegurado a Inés Arrimada que todo iba bien y que tenían que centrarse en sacar adelante los presupuestos. Maniobrerismo y candidez. Lo cierto es que sus argumentos para disolver la Cámara no gozan de mucha credibilidad. Sostiene que se entendía mal con sus socios. Posiblemente, como en el 90% de los gobiernos de coalición. La temeridad de sacar a la consejera de Sanidad (de Cs) justo cuando acelera de nuevo la crisis sanitaria difícilmente se puede explicar en esos términos. También aduce que Cs había mantenido reuniones con otros grupos a sus espaldas y, como dijo el PP en el caso de Madrid, temía una moción de censura.

En realidad, la teoría más extendida es que es una maniobra impulsada por Génova para darle aliento a Casado en su pugna con Ayuso con un triunfo que se anticipa relativamente fácil, incluso con mayoría absoluta, contando con que Cs podría perder sus once escaños actuales. El PP lleva 30 años gobernando aquella comunidad y no hay señales de que el PSOE esté en disposición de darle un vuelvo electoral a aquel territorio. Pero además hay otros dos factores que influirán y cuyos efectos son más difíciles de prever. Por un lado, las plataformas de la España vaciada pueden presentar candidatura en todas las provincias. Aquel territorio va a ser el laboratorio de esta experiencia electoral que ya tuvo éxito en el Congreso y el Senado. Su voto es transversal y procede de los dos grandes partidos. En el caso de Teruel Existe, el 80% del voto se lo arrebataron al PSOE, que estaba a por uvas en aquella circunscripción. Veremos cómo opera en Castilla-León. La otra incógnita es Vox. Las encuestas lo sitúan allí por debajo de sus índices nacionales, pero a la vez es un voto posible para los enfadados con el casadismo. Especialmente porque muchos votantes conservadores no contemplan un posible triunfo de la izquierda.

Sea como sea, se ha abierto la veda electoral. Castilla-León y las andaluzas a las puertas. En 2023 tendremos aluvión: la mayoría de comunidades de las llamadas no históricas, municipales en mayo y legislativas en el otoño, si la legislatura se consuma. Se han declarado las hostilidades y la caza del votante.

El 'déjà vu' del covid

Esto ya lo hemos vivido antes. No exactamente igual pero muy parecido. Lo único bueno que tiene esta nueva ola impulsada por la variante ómicron es que su gravedad es menor pese a que su capacidad de contagio es superior. Estamos a un ritmo de 73.000 contagios diarios en España, aunque la ocupación de camas sólo alcanza el 6% en los hospitales, de los cuales un 15% está en la UCI. Debería haber tres grandes diferencias entre lo que ocurrió a partir de marzo de 2020 cuando el virus se convirtió en el enemigo público inesperado. La primera se cumple: la campaña de vacunación ha sido un éxito en España, con porcentajes superiores al 80% de la población con sus dosis colocadas y ya en el camino de la tercera y la vacunación a menores. Es un éxito reconocido por organismos internacionales y que hoy nos protege. Lo segundo es que los organismos públicos y la sociedad en general tienen más información sobre el virus, su prevención, su combate y sus consecuencias. La existencia del tercer elemento diferencial favorable es, en cambio, mucho más discutible: lo que deberíamos haber aprendido de aquella primera experiencia aciaga. Parece que no ha sido así.

Porque esto ya lo hemos vivido: no hay test de antígenos en las farmacias, hacerse un PCR es una gymkana, vuelve a faltar personal sanitario, alcanzamos unas nuevas Navidades sin tener claro cómo limitar los contactos y actuando sólo por sentido común. Y, a la vez, vuelve a instalarse entre la población el temor sanitario unido a la fatalidad del nuevo impacto económico y social del virus.

Pero lo más desalentador vuelve a ser la respuesta institucional. Sumergidos como estamos de nuevo en un juego de filibusterismo político, de una ausencia total de claridad en las medidas, nos encaminamos de nuevo a una España con 17 soluciones. Como si el virus hablara bable, catalán o tuviera acento andaluz. Ya tenemos de nuevo un mapa nacional imposible de descifrar, con decisiones y microdecisiones diferentes en cada territorio. Regresa la controversia política y las descalificaciones a cada propuesta del Gobierno, aunque sea el uso de mascarilla en el exterior. Vuelve la reclamación de las comunidades para que haya un fondo Covid -el año pasado ascendió a 13.500 millones de euros- y tenemos al Gobierno diciendo que no lo habrá. Nada nuevo bajo el sol.

Cierto que en el contexto europeo tampoco hemos mejorado demasiado. Los 27 han acordado algo parecido a una coordinación comunitaria para que las medidas restrictivas se basen en criterios objetivos para evitar daños al funcionamiento del mercado único y obstáculos desproporcionados al libre movimiento. Estaría muy bien si cada país no estuviera aplicando medidas dispares desde hace semanas. Por no hablar del galimatías de las exigencias de pruebas sanitarias. No hay dos países con requisitos similares. A la UE, que quiere tener competencias para bloquear las fronteras exteriores en caso de pandemia, le preocupan tres cosas: la moneda única, el mercado interior y Schengen. Es el del espacio de libre circulación el que está en crisis permanente: por los atentados terroristas, la llegada de refugiados, las crisis de inmigración, las tensiones fronterizas y por la pandemia.

Veremos qué hemos aprendido cuando llegue la séptima ola. Lamento el pesimismo.

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