El parqué
Álvaro Romero
Descensos moderados
Antier hizo setentaisiete años de la muerte de Manolete en el hospital de los Marqueses de Linares. Ni siquiera la sublime elegía de Federico a Ignacio le resta literatura a la muerte de Manolete, ese torero que entretuvo a todo un pueblo entenebrecido por una posguerra que no acababa nunca. Y como toda muerte de torero, la de Manolete también va enriquecida por una frase que pide mármol y buril a gritos. Si José llamó a Mascarell en Talavera y Paquirri a Ramón Vila en Pozoblanco, en Linares debió sonar a testamento y mortaja la que silabeó Manolete: “Qué disgusto va a llevarse mi madre”. Y es que como colofón del drama quedó la pena de doña Angustias, esa madre desconsolada que hizo de parapeto entre su hijo y Lupe Sino, la novia puta y roja, y eso entonces era un problema sin posible solución.
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