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Tacho Rufino

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Se fue Merkel, se va Draghi

Draghi, quizá harto, quizá incapaz de lidiar con una jaula de grillos, dimite en Italia tras una trayectoria digna de estudioEl tándem Angela/Mario ya simboliza un periodo histórico singular

La dimisión de Mario Draghi del cargo de presidente del Consejo de Ministros de Italia tiene algo de "hasta aquí hemos llegado: volad solos". Draghi no es político, aunque esta afirmación es más bien teórica. Resulta ingenuo afirmar que alguien que ha ostentado el cargo de mayor jerarquía en el Banco de Italia, el Banco Central Europeo (BCE) y el Banco de Italia es sólo un técnico, un economista. Que su perfil es el de un tecnócrata de libro no excluye que el romano se haya granjeado un lugar de referencia en la historia política europea del siglo XXI. El tándem Merkel-Draghi ha simbolizado los principios fundamentales de gestión política y económica de la Unión Europea durante la mayor parte -o al menos, la más convulsa- del siglo vigente. Si la canciller europea dimitió el año pasado, el curator del euro se acaba de bajar en la última estación, el jueves pasado. En el eterno tetris de la gobernanza italiana, su situación como independiente estaba ya demasiado zarandeada por políticos "de verdad". Por ejemplo, Matteo Salvini, un político de raza, de raza metamorfósica, que ha transitado la izquierda universitaria -se pegó 18 años en la de Milán, sin titularse-, la fascinación por el anarquismo pero, alehop, también el independentismo de la próspera Padania. Valga esta semblanza curricular para ver cómo la presidencia ejecutiva del Gobierno italiano que Draghi ha ocupado por su valía y predicamento internacional estaba a la postre sólo apoyada por el presidente de la República, Matarella, que tiene tanto poder real allí como Felipe VI aquí. La argamasa gubernativa más desquiciada de Europa -junto con la española- cuenta también con un personaje como el cómico de profesión Beppe Grillo (Movimiento 5 Estrellas) y aun con otro también de su padre y de su madre como Silvio Berlusconi, sobre cuyo perfil cabría escribir una docena larga de párrafos.

El dúo más dinámico de la política comunitaria, por tanto, ya es cosa del pasado. El estandarte de la ortodoxia presupuestaria de los miembros fue el de Angela: recuerden aquella llamada de la canciller a nuestro etéreo presidente, allá por 2011, a partir de la cual España no sólo recibió un toque de atención amenazador desde Berlín (y Fráncfort, sede del BCE), sino que llegó a hacer una modificación de nuestra propia Constitución que consagraba la disciplina presupuestaria. Si no me equivoco, la vigente del 78 sólo ha sufrido dos modificaciones. Una la impuso Merkel, a saber: "Todas las administraciones públicas adecuarán sus actuaciones al principio de estabilidad presupuestaria. El Estado y las comunidades autónomas no podrán incurrir en un déficit estructural que supere los márgenes establecidos, en su caso, por la Unión Europea para sus Estados Miembros" (art. 135).

Por su parte, se marcha a casa el estandarte del euro protegido a cualquier costa y de la barra libre de compra de deuda pública de los miembros. Draghi: su labor puede discutirse ideológicamente; su eficacia financiera, no tanto, aunque ya vemos que el adiós del italiano va a coincidir con la vuelta a los tipos de interés no dopados, o sea, por encima de cero. La desaparición y el relevo de las figuras más relevantes de un periodo histórico singular suele coincidir con un cambio de ciclo... y no sabemos exactamente de qué tipo. En fin, si yo fuera italiano aplaudiría su labor. Aunque sólo fuera por haber conseguido pasta comunitaria a mansalva para la gestión pública de la economía de su país en el reciente ataque pandémico. Italia ha sido la principal receptora: nada menos que 750.000 millones de euros en distintos tipos de ayudas y créditos amables. Italia ha vuelto a ser la octava potencia mundial según su PIB. Con la bomba de relojería de una deuda pública desquiciada, por otra parte.

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