Paula, el Belmonte gitano

05 de noviembre 2025 - 03:08

Contaba Rafael cómo, siendo becerrista, Juan Belmonte lo mandó traer a Gómez Cardeña, donde, en su coqueta plaza de tientas, le soltó algunas vacas invitándole luego a picatostes en la gañanía. Tanto le debieron gustar al maestro las maneras del chaval que repitió varias veces la invitación, dándole lecciones y animándose a torear cuando las condiciones de una vaca lo aconsejaban. Luego, en el calor de la chimenea, mientras el niño disfrutaba de los picatostes, daba el maestro rienda suelta a su imaginación contando anécdotas de su intensa vida.

Desconoce uno si lo llevaba en su interior desde que nació, a fin de cuentas se torea como se es, solía decir el pasmo de Triana, o lo aprendió en las tardes de tentadero y picatostes en Gómez Cardeña, pero, con Curro Puya y Cagancho, quizás haya sido el torero que mejor entendió e interpretó la revolución que Belmonte trajo al toreo. Como Juan, carente de facultad física alguna, sus faenas sin ligazón, a lo más, como Belmonte, un natural con el de pecho, cruzándose siempre al pitón contrario, enroscándose al toro sobre su quebrada cintura, dando el pecho con la suerte cargada, era de una belleza estética e intensidad dramática tan grande que, lo descubrí entonces, no hacía falta ligar. Su toreo de capa, lento, acompasada la cintura al ritmo de las quebradas muñecas era inigualable, como majestuosas eran sus medias de frente enroscándose, como Belmonte, el toro en la cintura. Así lo vi, una vez, ante un toro de Puerta, en Jerez de la Frontera. Como toda la plaza, quedé traspuesto. Unos tocaban las palmas por bulerías, otros se rajaban las camisas, muchos lloraban de emoción, la misma que yo aún sentía cuando, ya de noche, volvía camino de Sevilla y me di cuenta que esa tarde, en Jerez, había visto el sueño de Belmonte encarnarse en Rafael.

Irregular, desigual y apático, bastaban unas pocas faenas míticas: su debut en Madrid en la plaza de Vistalegre, el toro de Martínez Benavides en una feria de otoño, los seis toros de Bohórquez un 12 de octubre en la Maestranza sevillana y algunos toros sueltos más, entre espantás y retiradas, en el rincón del sur del que tanto le costaba salir para recuperar la fe paulista de sus seguidores, inasequibles al desaliento.

Como el Pasmo de Triana, el dramatismo de su toreo llamó la atención de artistas e intelectuales, que vieron en él la verdad descarnada de la Fiesta. La vida y la muerte, que diría Machado. Entre todos ellos destacó Bergamín, ferviente gallista hasta la muerte de José y que, a la vuelta del exilio, descubrió a Belmonte en la cintura rota del gitano de Jerez: “Cante y canto es el toreo, es cante en Rafael de Paula y canto en Curro Romero, ese cante, ese melodioso eco que con los ojos escuchamos y con los oídos vemos”.

Ayer, entre el llanto de los gitanos que rezaban cuando toreaba, se enterraba en la iglesia de Santiago Rafael, el sobrino de José el de la Paula aquel que, parafraseando a Antonio Murciano, “hizo toreando lo que hacía cantando su tío el Señor José, para llorar después.”

Gracias por tanta felicidad, Maestro. Descanse en Paz.

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