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Análisis

Setefilla r. madrigal

La pausa y la mediocridad

Los miro a ellos y pienso que son felices. En ese lugar en el que nunca pasa nada y cuyos valores parecen haberse estancado en los años de los 60. Luego, estamos los demás, los de esta especie tan rara que ha aprendido a sobrevivir en la vanguardia: con nuestras pantallas de cristal, nuestras redes sociales, nuestro afán de ser siempre mejores, excelentes, cualificados profesionales,con nuestra ristra de títulos enmarcados, o descargados en formato .pdf, conectados con cualquiera en cualquier lugar del mundo, de forma remota, suscritos a las listas de nuestras páginas favoritas, metidos en comunidades con la inevitable necesidad de comunicar, algo, sobre cualquier cosa, ya sea relevante o no. Apresurados, mosqueados, estúpidos, irritables, susceptibles, inútiles. Exhibicionistas con reminiscencias yonkis, enganchados sin remedio a la imperiosa necesidad de ser aceptados en el mundo virtual, supeditados a los likes, a los retuits, a los mensajes con doble check, a los correos electrónicos, a los gifs, a las referencias de restaurantes, a las opiniones de expertos que escriben en blogs, a los tráilers de películas que nos resumen una historia, a las reseñas de los libros, a los hilos, a los me encanta, a los comentarios, a los haters, a los seguidores, a las etiquetas, al alcance, a las impresiones, a los compartidos, a lo viral.

Pero después de todo somos una generación incapaz de resolver problemas sin tecnología de por medio, de conectar con el ser humano sin verlo a través de un instante congelado, que con tanto filtro no obedece a la realidad. Incapaces de observar aquello que pasa delante de nuestros ojos, para disfrutar del momento, este y no otro, que no regresará para devolvernos las mismas sensaciones.

Mis padres están sentados el uno al lado del otro, cogidos de la mano y mirando a la nada y yo, sin que lo sepan, los miro pensando que deben ser muy felices.

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