Ciutadans se presentó a las elecciones catalanas del 1 de noviembre de 2006 con un candidato desnudo en la cartelería, un tal Albert Rivera, que se tapaba los genitales con las dos manos, como símbolo de "transparencia y sencillez" de una formación que "no tiene complejos". Obtuvo tres diputados. Pero como el champán al descorcharse, empezó a subir; y, como sus burbujas, a evaporarse, el episodio en curso.

¿Dónde está Albert Rivera? ¿Dónde anda ese mirlo blanco del centroderecha que, sin complejos, pactó con Pedro Sánchez y luego con Mariano Rajoy? ¿Que ha pasado con ese campeón de las encuestas que los primeros cuatro meses de 2018 aterrorizaba a sus adversarios sin que pasara semana en la que no se entonara el mantra de que Ciudadanos sería la primera fuerza política si hoy se celebraran elecciones?

Pues debe andar rumiando su desgracia. Después de crear una vía de agua capaz de hundir al PP -con la sentencia de Gürtel llegó el diluvio- y de adueñarse del sumidero por donde manaban virtualmente miles de votos, se topó con la moción de censura socialista. Y el cohete se estrella, dilapidando todo su caudal demoscópico con una combinación de torpezas.

El despropósito lo descorchó poco antes, el 20 de mayo, al invitar a Marta Sánchez a la convención España Ciudadana, en la que la vieja gloria se destapó interpretando la Marcha Real con una letra casposa que a muchos les (nos) produjo vergüenza ajena. Con la declaración de guerra de Sánchez a Rajoy (la moción de censura), Rivera debió ver el cielo abierto y a su buena estrella en lo más alto del firmamento político. Solo necesitaba que el presidente a la deriva convocara elecciones, pero Rajoy -con el que rompió su pacto de investidura- no estaba por la labor de ponerlo en órbita al poder y optó por morir en la orilla confiado en que los cocodrilos que Sánchez se ha buscado como compañeros de viaje se lo acabarán zampando.

El tiro de gracia a su marca anticorrupción lo efectuó al rechazar la moción para desbancar a Rajoy. Rivera vuelve a la casilla de salida. Ya no le hace falta desnudarse, pero el joven pelotudo no debe olvidar eso tan viejo y cierto de vísteme despacio, que tengo prisa.

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