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Análisis

josé juan toharia

Presidente de Metroscopia

Hacia el pentapartidismo

A Ciudadanos podría corresponderle un papel moderador, un punto de engarce

El resultado en unas hipotéticas inmediatas elecciones generales que cabe estimar (que no predecir) a partir de lo que en este concreto momento declaran los españoles en el sondeo de Metroscopia, sería la eclosión de un sistema pentapartidista: una inédita convivencia, en el tablero político, de cinco formaciones de ámbito nacional, con respaldos en votos no muy dispares. El básico bipartidismo predominante durante tantos años se estaría ahora ramificando en cinco opciones diferenciadas en una clara, y convencional, gradación ideológica: dos en los respectivos extremos (izquierda y derecha) y tres, escalonadas, entremedias. La novedad es la aparición de un nuevo actor, Vox, al que se asocia con el posicionamiento ideológico cuya atribución resultaba hasta ahora más nebulosa. Tendríamos así, ya, una izquierda-izquierda en un polo, y una derecha-derecha en el opuesto. Conviene, con todo, subrayar la apreciable atipicidad de ambas formaciones (Podemos y Vox, respectivamente), en comparación con las familias ideológicas europeas con que suele asociárselas: el 87% de quienes se consideran votantes de Podemos no piensan que esta formación sea de extrema izquierda; el 95% niega que sea anticonstitucional; y el 82% no la tiene por antisistema; por su parte, el 77% de quienes declaran su intención de votar a Vox no lo consideran un partido de extrema derecha; el 89% no lo percibe como antisistema y el 68% considera que hay que seguir avanzando en la Unión Europea. La frecuente rotundidad de los pronunciamientos verbales de los respectivos líderes no parece así ser, necesariamente concordante, de forma milimétrica, con lo que sus seguidores declaran pensar. Una indicación, quizá, de que su atractivo puede no radicar tanto en su ideario como en su gestualidad: su capacidad de ser voceros del hartazgo de sectores que se sienten ignorados, maltratados o asustados por la situación actual.

Una escena pública más poblada puede, sin duda, añadir más complicación a nuestra ya espesa dinámica política; pero puede también abrirle alternativas y variantes no necesariamente fáciles pero, en todo caso, hasta ahora inexistentes. Por ejemplo, y como primera y más obvia consecuencia, el peso de los partidos nacionalistas periféricos a la hora de configurar posibles fórmulas de gobierno podría quedar severamente reducido, o quizá incluso eliminado, a poco que el nuevo quinteto asumiese la necesidad de alcanzar cualquiera de las múltiples variantes de acuerdos de gobierno a tres que, al menos sobre el papel, resultan pensables. Por otro lado, un tablero político con cinco protagonistas está, en principio, en mejores condiciones que uno con cuatro, o con tres, de propiciar una dinámica negociadora centrífuga, y no ya centrípeta. Buscar acuerdos y negociaciones menos escorados hacia uno u otro de los extremos del tablero y más en torno al centro del mismo podría resultar ahora más sencillo y políticamente menos gravoso. En este sentido, a una formación como Ciudadanos podría acabar correspondiéndole, de facto, un papel moderador, en el sentido de que podría actuar como canal de comunicación o punto de engarce entre los dos partidos situados inmediatamente a su derecha o izquierda. Ciertamente, un similar papel intermediador podría ser desempañado, teóricamente al menos, por el PSOE respecto de Ciudadanos y de Podemos, o por el PP, respecto de Ciudadanos y de Vox; pero, hoy por hoy, resulta más difícilmente imaginable. Todo dependerá, en definitiva, de dos factores: uno numérico, otro cultural. El numérico consiste, sencillamente, en la capacidad negociadora real de que, tras unas nuevas elecciones, disponga realmente cada partido: es decir, quien sea el que cuente con más diputados y cuales sean los posibles socios que con su apoyo, y desde dentro o desde fuera, puedan hacer posible (y sin duda, tras largas y tortuosas negociaciones) un acuerdo de gobierno. El factor cultural consiste, sencillamente, en superar de una vez el "gen guerracivilista" (la expresión es de Alcalá-Zamora) que aún anida -residualmente, si se quiere, pero todavía activo- en nuestra cultura política, asumiendo en cambio, de forma definitiva, que en una sociedad democrática (y, por tanto, cada vez más plural y diversa) la actividad política consiste en hablar, negociar y pactar concesiones mutuas… con el contrario. La rigidez mental es síntoma de supremacismo ideológico-moral, y el rechazo a un cierto grado de mestizaje de ideas y convicciones supone -se sea o no consciente de ello- un reflejo inequívocamente excluyente, es decir, totalitario; actitudes, ambas, inaceptables en una sociedad plenamente libre.

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