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Cuando un partido político deja de responder a la confianza depositada por los ciudadanos, lo normal es que pierda apoyo electoral y, en su caso, incluso el Gobierno. Le ocurrió al PSOE de Zapatero cuando su grupo parlamentario impulsó el 12 de mayo de 2010 el mayor recorte presupuestario de la historia de la democracia. Sus votantes, decepcionados por el incumplimiento de sus promesas electorales le retiraron la confianza en las elecciones de 2011, pero antes ocurrieron algunas cosas. A finales de septiembre de ese mismo año tuvo que afrontar una huelga general, cuyos efectos políticos se intentaron disimular con el recurso permanente a una mesa de diálogo social que generaba todavía mayor frustración, dada su manifiesta incapacidad para ofrecer soluciones convincentes a los problemas de la época.

El descontento desembocó al año siguiente en las acampadas del 15-M, la demanda una democracia más directa y el final del bipartidismo.

Tampoco le fue muy bien al PP tras desembarcar en el Gobierno. La amnistía fiscal, inverosímilmente defendida por sus expectativas recaudatorias, y la subida de impuestos, también suponían una quiebra flagrante de las promesas electorales y favorecían el enraizamiento social de las minorías que comenzaban a organizarse a raíz del 15-M.

Los psicólogos sociales defienden que la influencia social de las minorías puede ser importante, siempre que sean consistentes en la defensa de sus postulados.

Uno de los más prestigiosos, Serge Moscovici, francés de origen rumano, defiende que, si existe consistencia diacrónica, es decir, se mantienen en el tiempo, y consistencia sincrónica, es decir, son defendidas por todos los miembros de la minoría sin fisuras, pueden terminar imponiendo sus puntos de vista incluso sobre las mayorías consolidadas.

Eurófobos, ecologistas, animalistas, etcétera, han de afrontar sus inicios bajo acusaciones de radicales, utópicos o simplemente de románticos inexpertos, pero con el tiempo pueden conseguir que los intereses de los partidos que administran grandes parcelas de poder, den lugar a pequeñas concesiones por las que comenzar a abrir brechas.

La explosión del interés por la política en el circo mediático de las televisiones y redes sociales, donde los tertulianos, jaleados por un público que disfruta levantando o bajando el pulgar, ha conseguido que Pablo Iglesias desplace definitivamente a Belén Esteban y que las minorías que hasta ahora habían sido consistentes con sus postulados políticos y sociales, terminen por asestar un duro golpe al bipartidismo.

Rentabilizan las fisuras en las estructuras de los partidos tradicionales, especialmente la corrupción, y ahora han conseguido pegarse al costado de un PSOE en el gobierno, pero con dificultades para identificarse asimismo como una mayoría apuntalada por una multitud de minorías, o simplemente como una minoría más.

La perspectiva que se acaba de abrir es la de un Ejecutivo con intereses y prioridades diferentes a los de la mayoría del Legislativo. Una situación inédita en nuestro país, pero similar a la que hace poco llevaba a Merkel a manifestar su preferencia por nuevas elecciones, antes que gobernar en minoría.

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