FERIA Toros en Sevilla hoy en directo | Morante, Castella y Rufo en la Maestranza

Tuve la suerte de nacer en una familia en la que no se hablaba de política. No era necesario. ¿Quizás era posible hacerlo? ¿Se puede hablar de política en las dictaduras, o simplemente el debate no existe porque te lo dan todo hecho? Esas respuestas o me las dan las hemerotecas y los archivos del NODO, o yo no las tengo al alcance de mi conciencia. Mi conciencia era sólo la de una niña, nacida ya a mediados de los 60 en la zona de los triunfadores de una guerra civil, cuyo parte con la victoria parecía leerse, más allá de 1939, indefinidamente todos los días y durante casi cuarenta años. En mi infancia y pubertad, todo parecía estar bien: un padre abogado y economista, una madre Madre y cuatro hermanos mayores con los que luchar para no ser sólo el mando a distancia en el salón (dos canales y el volumen). Las estrellas de aquella tele no estaban como hoy sentadas en el Parlamento ni por los tribunales de Justicia plagados de corruptos. Los astros de la pequeña pantalla sin plasma y con 625 líneas, aparecían esparcidos por series como Canon, Kojak o La casa de la pradera.

Mi conciencia sobre la existencia de la política llegó el mismo día de la muerte de Franco. Mi casa de luto y la de mi amiga Paz de fiesta. Mis padres tristes frente al televisor y la abuela de mi amiga aporreando una cacerola, cucharón en mano, como quien hace sonar en la plaza del pueblo las campanadas de una nueva vida.

Mis once años no fueron obstáculo para mirar y entender. ¡Qué suerte había tenido hasta entonces! Qué malo y triste me pareció celebrar la muerte de alguien. Para mí era sólo "alguien"; en todo caso aquel anciano de voz temblorosa y parkinson en el gesto que decía "españoles" en Nochevieja. Pero quienes andaban de júbilo porque el viejo la había palmado, digo que yo que sus motivos de peso tendrían, ¿no? Todos formaban una familia adorable.

Mi ignorancia empezó a preocuparme. No he aprendido mucho de política desde entonces, pero he aprendido de respeto y de pellejos ajenos. Imagino que si en aquel momento hubieran existido las redes sociales, lo mismo se lía otra guerra civil. Ahora vivo mirando la política, atenta a sus pasos. Pero me vuelvo a sentir niña, vuelvo a no comprender, vuelvo a preguntar, vuelvo a coger rabietas llenas de impotencia.... y a cambiar de opinión una y otra vez. Cada vez me gustan más los camaleones. ¡¡¡Menuda piel!!! Y daría lo que fuera porque las estrellas de la tele volvieran a ser, no los políticos ni sus corruptelas, tampoco los jueces y los fiscales, sino aquellos payasos de la tele que nos preguntaban, nada más salir, "¿cómo están ustedes?", y les respondíamos al unísono y desgañitados: "¡¡¡bieeeeeeennnn!!!!". Fue en aquel tiempo tan feliz, ignorante de otro bando y sin España que me helara el corazón. Fue cuando hubo una vez un circo. Que no es el mismo en el que ahora entran y salen los payasos, claro.

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