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Añoro estos días la profunda mirada de la Amargura ante las hijas de Madre Angelita, puerta del cielo donde sus ángeles le cantan. Evoco el intenso abrazo a la cruz, carey y plata, deslizándose por la noche eterna, pescador de hombres, pescador de almas. La hondura clavada en la memoria del racheo del Señor del Gran Poder, y la profunda angustia del que va a buscarlo para que la simple sombra de su perfil, pase a su lado y ponga remedio a sus males. O la verdadera alegría de cinco mariquillas que bailan al compás del corazón de la Macarena; la inocencia de monaguillos universitarios, futuro palpitante de nuestra Fe, lección de amor bajo una muerte serena, porque es buena.
Y la intensa mirada del Cristo de la Conversión, cada Viernes Santo saliendo a buscarnos. La Pureza transida en Esperanza, hecha calle y fiesta cuando su dueña se apodera de sus calles y de las almas de los náufragos que se aferran al ancla su barco. O la verdad que se encierra en nuestra vida al ponernos el antifaz, o el costal, o la dalmática, poniendo por unas horas un abismo de soledad entre nosotros y el mundo. La angustiosa espera a que el Cachorro decida dejar de ser puente entre esta vida y la otra; la íntima lección de Amor que desde el Salvador se da el Domingo, para desde ese mismo lugar, cargar con nuestra cruz y nuestra Pasión el día que se parte su cuerpo para que podamos comerlo. La verdad de la cruz que cada Lunes Santo recorre nuestra vida, o la apresurada paz del cortejo de Santa Marta. La profunda marca del Rey de los Gitanos tomando el centro, culmen de la madrugada, o la intensa tristeza de la Soledad cuando, cruz vacía, corona el día de la ausencia y la nada.
Cada uno ponga aquí esos momentos intensos y únicos, todos no caben en estas breves líneas. ¡Qué suerte que este año vamos a vivir la Semana Santa con mayor profundidad! Sin estorbos para penetrar en la conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor (ironía modo on).
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