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Análisis

Julio Lorca

Director de Desarrollo en Salud Digital de DKV

Una responsabilidad moral

Una apuesta decidida e inmediata de las autoridades públicas y el sector privado por todas las formas de telemedicina puede preservar a nuestros sanitarios de la sobrecarga 

Gráfica sobre el impacto en la epidemia de la puesta en marcha de medidas de contención.

Gráfica sobre el impacto en la epidemia de la puesta en marcha de medidas de contención. / Fuente: The Lancet

EN el caso del COVID–19 la desinformación es a veces más peligrosa que el peor de los virus. Lo mejor es no opinar y dejar que sean los expertos los que asuman esa responsabilidad. Por ello, intentaré ceñirme a criterios de colegas más cualificados que yo.

En un diario nacional se afirmaba hace unos días que “la gripe común en España es más letal que el Coronavirus en el mundo”. La mortalidad del COVID-19 fuera de Wuhan es del 0,7%; la gripe en España, del 1,2%. Así, si consideramos que durante una situación de gripe estacional, a la mayoría de las personas con síntomas leves no se les realiza una prueba, ese denominador puede ser incorrecto.

Pero es precisamente aquí donde nace el primer gran problema. Los protocolos acertados de aislamiento y cuarentena, para las personas que han tenido contacto con una persona contagiada, especialmente cuando ello afecta al personal sanitario, puede llevar a un colapso en la capacidad de respuesta asistencial conjunta; pero de la misma forma que ocurría si ante una epidemia de gripe común se le hiciera una prueba a toda persona sospechosa, y después se aislara a toda su red cercana durante 15 días.

Según explica Antoni Plasència, epidemiólogo y Director General del IS Global, “Las medidas de prevención no son solo para frenar la velocidad de transmisión del coronavirus, sino también para evitar el colapso del sistema sanitario”. El ritmo de aparición es crítico; pues asumiendo un número inevitable de casos, si conseguimos espaciar los contagios en el tiempo, podemos minimizar el impacto en la capacidad de respuesta del sistema, al no concentrase los casos esperables en pocas fechas.

Así, en primer lugar, se debería discriminar entre cuadros respiratorios de origen muy diferente, y que no sean sospechosos de COVID–19, para recomendar a estas personas no acudir a un centro médico si la gravedad no lo aconsejara. Porque esto es esperable que ocurra.

Como afirma Mahshid Abir, investigador centrado en la capacidad de sobretensión hospitalaria y en los efectos del hacinamiento en las instalaciones médicas: “en el contexto de una temporada de gripe que todavía es bastante activa” (…) “los síntomas esta enfermedad (COVID-19) y los de la gripe estacional son muy similares, y habrá muchas personas preocupadas con síntomas leves a severos que se presentarán en los departamentos de emergencias”.

Pero, como decíamos, no son solo los cuadros respiratorios los que nos deben preocupar. Es decir, la gente se sigue poniendo enferma de muchas otras cosas. Podemos retrasar la cirugía programada y recuperar así camas de UCI, pero si seguimos mandando cirujanos a sus casas en cuarentena, podemos tener dificultad para atender una hernia estrangulada. Y si tenemos que retrasar el tiempo de contagio de unas tasas que va a ser inevitables, debemos preservar a nuestros sanitarios de toda sobrecarga que podamos evitar. Debemos minimizar el uso de los centros sanitarios para otras cosas a lo mínimo imprescindible. Y es eso lo que puede aportar en este momento una apuesta decidida e inmediata de las autoridades públicas y el sector privado por todas las formas de telemedicina. La Asociación Médica Americana afirma que “casi el 75% de todas las visitas al médico, y a los servicios de urgencia son innecesarias o podrían ser manejadas de manera segura y efectiva por teléfono o videoconferencia” .

¿Y por qué entonces no se está organizando desde los poderes públicos y la iniciativa privada un mayor uso de la telemedicina; y de una forma radical, ante una situación como esta? La razón habría que buscarla en lo enunciado por la Ley de de Downes y Mui , según la cual: “los sistemas sociales, económicos y políticos cambian de forma lineal, mientras la tecnología lo hace de forma exponencial”.

¿Y qué necesitamos para desplegar todo lo necesario? Pues algo muy simple, un chat, con todas las medidas de seguridad, pero un chat; una línea médica o una videoconferencia para enlazar a una persona en casa, o a quien le cuida con:– Un médico, enfermero o farmacéutico… que está en cuarentena pero sin enfermedad, y puede atender consultas desde casa.– Otro que se jubiló hace tres meses y que mantiene plena su capacidad.– Médicos rurales que acaban su consulta a las 12, pero que con el ordenador podrían ayudar, de manera voluntaria, desde la telemedicina, a descargar a sus compañeros de la ciudad.

Cuando pase lo peor, y nos sentemos a reflexionar sobre lo ocurrido, seguramente podamos extraer muchas lecciones de cómo se deberían o no haber hecho las cosas. Pero, a buen seguro, lo que nos perseguirá será, si realmente hicimos todo lo posible.

Julio Lorca es también miembro de la junta directiva de la Asociación de Salud Digital

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