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El rodillo de Juanma, o no, y las prisas de Espadas, o sí

Juanma Moreno saluda a Juan Espadas en presencia de Jesús Aguirre

Juanma Moreno saluda a Juan Espadas en presencia de Jesús Aguirre / Julio Muñoz / Efe

El presidente andaluz ha vuelto a relativizar su “mayoría” absoluta. El mensaje a los suyos es gobernar como si no tuviesen mayoría suficiente, exigiéndose dialogar en cada etapa de la hoja de ruta y proteger la pluralidad política. Será interesante ver cómo pasan de las musas al teatro; porque una mayoría absoluta, aunque se relativice, sigue siendo mayoría absoluta. Ahora, antes de que arranque la legislatura, es fácil ponerle lazos retóricos a las cosas; después, cuando aprieten las barricadas de la oposición, será más difícil.

De hecho, con mayoría absoluta, es un buen propósito actuar como si no la tuvieras, pero la tienes. Y los ciudadanos han dado una mayoría absoluta para sacar adelante un programa y para demostrar que las cosas pueden ser de otra manera. Es un voto de confianza muy alto. Y ese voto incluye, por supuesto, el diálogo y la moderación; pero no el pasteleo contemporizador. Basta constatar que al primer brindis generoso del PP, ofreciendo una plaza en la Mesa al tercer grupo de la cámara para no reducir el órgano a los dos grandes, ya les han acusado desde el PSOE de entregarse a la extrema derecha. Es una lección: hagan lo que hagan, no tardarán en recibir la acusación del rodillo. Ese blablablá del rodillo es un automatismo. El Gobierno andaluz hace bien en aspirar a evitarlo, pero sin complejos, como si tuvieran que hacerse perdonar la mayoría absoluta, porque mayoría absoluta es lo que han votado los ciudadanos.

Aguirre, la cordialidad de Dios

Primer gesto real: el nombramiento de Jesús Aguirre para presidir el Parlamento, un hombre afable que se ha granjeado el afecto de todos. No por casualidad Moreno lo quiere ahí, convertido en segunda autoridad de Andalucía, en lugar de la consejería. Aguirre le puso rostro humano a la pandemia, un acento cercano para empatizar con su fonética cordobesa y su rostro simpático con aire de Gepetto, el padre de Pinocho. Es tentador parafrasear aquello de Aguirre, la cólera de Dios –así llevó al cine Werner Herzog la aventura la aventura equinoccial de Lope de Aguirre narrada por Ramón J. Sénder– al escribir sobre el nuevo presidente del Parlamento: Aguirre, la cordialidad de Dios.

El Parlamento, en todo caso, no es el Gobierno. Aguirre se va a ver en muchos aprietos. Su primer enredo al tener que anunciar su propia elección de presidente (“Bueno, se me ha puesto cara de póker porque era complicado.... digo ¿me llamo yo Don o no me llamo yo Don? Porque es un poco petulante decir “nombro a Don Jesús Ramón Aguirre Muñoz, entonces tenía yo una serie de dudas existencialistas...”) será lo de menos. El Parlamento requiere una cierta solemnidad en sus liturgias, y un equilibrio de autoridad, entre la auctoritas y la potestas, y Aguirre habrá de dar con el punto virtuoso en que su empatía y capacidad de desdramatización no colisione con la institucionalidad.

PSOE y xAnd, repartos y prisas

Por Andalucía se ha quedado sin voto en la Mesa, con cierta lógica injusta. De los siete puestos, cinco correspondían al PP y dos al PSOE. El PP, dando una plaza a la tercera fuerza, mantenía la mayoría. Eso sí, no se puede afirmar que el gesto le salía del todo gratis; de hecho, tardaron poco desde la izquierda en decir que Moreno va de la mano con la extrema derecha. El PSOE también podía haber cedido una de sus sillas a Por Andalucía, y no lo hizo. Se apoyó en un argumento matemático indiscutible –ellos, con 30 diputados, tendrían un miembro en la mesa; y Por Andalucía, con cinco, la misma representación– pero políticamente discutible: si el PP tiene mayoría en la Mesa, para hacerte oír lo mismo te vale uno que dos, y siempre serán dos voces de oposición de izquierda. El PSOE ha preferido anteponer sus sillones a la pluralidad. Hay mucha gente que colocar y poco cargo que repartir.

Ahora se repite con los órganos de extracción parlamentaria: Consejo de Administración de Canal Sur y Consejo Audiovisual. Por Andalucía quiere estar. Vox tiene su sitio. El PP quiere que estén ambos. El PSOE, sin embargo, insiste en no compartir sus sillones. La opción que está ahora sobre la mesa, a petición de Por Andalucía, es ampliar, porque con los 9 puestos actuales, el PP tendría 5, PSOE 3 y Vox 1, de modo que Por Andalucía quedaría fuera. ¿Elevar a 11 puestos con 6-3-1-1? ¿Incluso llegar a 13 puestos con 7-4-1-1? Aumentar los consejeros proyectaría una imagen poco seria en un mal momento. Amparar la pluralidad, sí, pero cuidado con abusar de la pólvora del Rey.

El Partido Socialista está apremiando para negociar estos órganos. Quieren que sea rápido, este mismo mes, antes de plegar por vacaciones. ¿Para qué esas prisas por llegar en dos semanas? La razón es obvia: sacar a los susanistas que ocupan esos puestos y colocar a espadistas. Es una razón lógica. Más allá de lo que el partido ya tardó en afrontar la renovación postsusanista, sigue rigiendo la idea de que hay muchos por colocar y poco donde colocarlos. De paso, aspiran a acabar también con la polémica incómoda de su resistencia a integrar a Por Andalucía. Mejor en julio, sin tanto foco, e irse con los deberes hechos.

El centro, tan cerca, tan lejos

Espadas, por cierto, ha acertado en el diagnóstico ante los suyos asumiendo que el partido arrastra “un problema profundo” pospuesto durante demasiados años por la inercia ganadora... y apeló a “ensanchar la base social” para reconquistar el “espacio de centro político” que es donde Moreno ha logrado su mayoría absoluta. Claro que tiene algo más que un problema de estructura: esta misma semana Pedro Sánchez ha apostado por un giro a la izquierda, reunificando la mayoría de la legislatura con Esquerra y Bildu además de Podemos. Eso, en Andalucía, provoca desafección, sobre todo si además se suman agravios. Espadas elogia a Sánchez de oficio, pero es muy difícil desplegar estrategias contra tu propia marca.

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