FERIA Toros en Sevilla hoy en directo | Morante, Castella y Rufo en la Maestranza

En este cáliz que estamos sorbiendo traumáticamente, muchas son las bajas de las que no podemos ni despedirnos. Un amplio número de seres queridos, conocidos, demás parientes y afectos nos está dejando, pero no todos son por el temible e invisible bichito que nos tiene confinados en una insoportable reclusión domiciliaria. Se ha ido Manolo del Valle, un sevillano como a contraestilo que gobernó la ciudad de Sevilla cuando Sevilla se preparaba para los grandes fastos del 92.

De perfil bajo fue calificado Del Valle en su tiempo de presidente de la Diputación primero y como alcalde después, pero se trata de un adjetivo que no concuerda con la realidad del personaje. Sí puede afirmarse que estamos ante un sevillano atípico, como a contraestilo, introvertido de entrada y bastante locuaz en la distancia corta que empezó el Bachillerato en los Maristas para rematarlo en San Francisco de Paula y entrar con pie titubeante en la Facultad de Derecho.

Víctima, como tantos, del terrible don Francisco de Pelsmaeker e Iváñez, el inicio en la carrera tuvo en Derecho Romano el retraso que le permitió unirse a la promoción que empezaban Felipe González, Rafael Escuredo, Gerardo Martínez Retamero, Antonio Gutiérrez, Quino Galán, Antonio Ojeda y tantos que alcanzarían la categoría de próceres en la política y en la vida civil. Y con Felipe, Rafael y Gutiérrez empezó como asociado en el despacho de Capitán Vigueras, la plataforma de lanzamiento para el asalto de Suresnes cuando la flebitis.

Presidente de la primera Diputación democrática en 1979 y sucesor de Luis Uruñuela en el sillón de Plaza Nueva en el 83, encontró el primer escollo en una terrible sequía que le obligó a la impopularidad de unas restricciones de media jornada sin agua. Pero, a cambio, se encontró con el fantástico reto de transformar la ciudad de cara al 92 y lo consiguió al caro precio de tener que suspender las obras del Metro porque políticamente se prefirió desde Moncloa que el suburbano fuese para la turbulenta San Sebastián.

El dedo de Alfonso Guerra le señaló y hubo de dejar el caramelo que le hubiera supuesto regir la ciudad durante la Expo. Ahí acabó la vida política de un sevillano tan a contraestilo, tan poco afín a sus fiestas, aunque bien que disfrutaba cuando la noche ferial se metía en juerga en la caseta que Martínez Retamero y Paco Borbolla tenían en Gitanillo de Triana. Tuvimos un contacto muy fluido tanto en la cresta de su ola como después y la última vez que departimos fue en los palcos el pasado Jueves Santo. Estaba quebrantado, pero convencido de que vencería al terrible mal que le habían diagnosticado en otoño. Descanse en paz un sevillano atípico y amigo leal del que no he tenido la oportunidad de despedirme.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios