Análisis

Carlos Navarro Antolín

La sexta mariquilla de la Virgen

La desdicha es la perfecta coartada de algunos para instalarse en la queja, complicarle la vida al prójimo y dejar que el carácter se les avinagre por momentos. Para otros no es más que una de tantas vicisitudes, una oportunidad para venirse arriba, la ocasión idónea para valorar todo mucho más. Livia Caro era de la quinta del 78. Jamás perdió la simpatía a pesar de cargar con tres cruces: una minusvalía, un tumor y el atropello que sufrió cuando se dirigía como cada mañana a la rehabilitación. "Soy una persona de mucha esperanza", comentaba mientras se apoyaba en el brazo de su madre, que la sostenía con el mismo tacto que cuando con 17 años fue la primera en besar la mano de la Macarena recién coronada. Nunca oí a Inmaculada quejarse, nunca aprecié un gesto de rabia, nunca la vi a la búsqueda de la compasión ajena, acaso contar cómo las Hermanas de la Cruz la ayudaban a fortalecer su fe. Inmaculada conoce la Sevilla exquisita y culta de los poemas de su marido Joaquín, la pompa del Pregón y el relumbrón de los premios. Y sabe ya del golpe más duro que Dios tiene reservado a un ser humano. Se nos fue Livia, chiquilla de la calle Doña María Coronel, hija del Catulo hispalense, devota de Sor Ángela, pura ilusión en las sillas de la Campana, ojos grandes llenos de vida, sonrisa iluminada cuando hablaba de su Esperanza. Livia era su sexta mariquilla, manantial de entusiasmo a la hora de repartir afecto. Gozaba del hermoso blindaje de la inocencia gracias a la niña que habitaba en su interior. Ella era realmente quien sostenía a su madre en los paseos por el centro, como era ella quien nos daba ánimos a todos, nos escribía y pedía que escribiéramos de ella, tenía necesidad de comunicarse con los demás y decirle a sus amigos cuánto los quería. En los ojos de la Esperanza, a la que su padre puso edad en los célebres versos, quedan sus oraciones. Y en el brazo de su madre, quien siempre la acompañaba sin un gesto mohíno, estaba el símbolo del amor más puro, más desinteresado, más limpio y más valiente.

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