
Manuel Campo Vidal
Todo malestar lo capitalizan los ultras
Esperaba al Sevilla una ocasión propicia para ese despegue que tanto se hace esperar, pues iba a pleitear con un rival aparentemente asequible. Un Getafe abajo en la tabla, pero que anda disfrutando de una sostenida racha de resultados y que no se caracteriza, precisamente, por repartir caramelos. Se presagiaba una cita con poco fútbol y mucho picante en cada duelo, dando lo mismo en qué parcela del campo se disputaba.
Y los presagios de racanería y recursos más o menos lícitos iban a cumplirse de principio a fin. Cada balón se defendía como quien defiende la frontera, a cara de perro y bajo la antañona premisa de que pase hombre o balón, nunca los dos. Y el resultado será el de cero goles y diez tarjetas con la rara habilidad de que ninguna fuese la segunda para nadie. Era un canto a ese fútbol directo con que se califica bondadosamente el patadón hacia adelante y a ver dónde cae.
El partido contaba también con rarezas hoy contempladas con normalidad como poner en liza futbolistas que aún no fueron presentados a sus respectivas aficiones y así nos encontramos con la sorpresa de ver a Juanmi de titular en los locales y la del nigeriano Akor Adams en lista de espera para saltar a la cancha a poco del final. Y sería precisamente Juanmi quien contaría con las dos únicas ocasiones que tuvo el Getafe ante Nyland, pero la puntería iba a fallarle en ambas.
Ya digo que todo se jugaba a cara de perro con sucesivas interrupciones para demostración de cómo el Sevilla empleaba las mismas armas que el rival. Era una concatenación de errores y brío, mucho brío, con marcajes a la antigua usanza y un discurrir basado en el ojo por ojo. Era el archiconocido Getafe de Bordalás contra el Sevilla que García Pimienta anda modelando sin saberse a ciencia cierta si el objetivo es ser carne o decidirse por pescado. Al final, un lógico 0-0.
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