DERBI Betis y Sevilla ya velan armas para el derbi

Análisis

José Ignacio Rufino

Las 'tech', nuevos aduaneros mundiales

El acrónimo 'Baadd', que suena a 'Malas', se ha acuñado por el tremendo poder de pocas compañías que dominan la economíaGoogle, Facebook o Amazon contienen su caballo de Troya en su aire 'democratizante'

La concentración es la enemiga principal de la competencia. Y la competencia debería ser la principal amiga del consumidor. Si aceptamos estas premisas de política económica -lo cual pasa por aceptar el papel de tutela del Estado en las relaciones económicas-, debemos concluir que un monopolio estatal en suministros esenciales es preferible a un oligopolio privado, sobre todo si ese pequeño conjunto reducido de grandes oferentes de energía, comunicación o banca arregla su cuenta de resultados en logias privadas dándole una patada en el arco de la libre competencia. Al político se le puede dejar de votar, mientras que una mayoría de control en un consejo de administración de una sociedad mercantil es todo menos democrático. Una rosa es un rosa es una rosa. Y un escorpión igual.

Los grandes agentes económicos actuales por la parte de la oferta -Google, Facebook, Amazon- tienen mucho de concentración, muchísimo de crecimiento y no poco de aire de democráticas. A saber, concentración: son pocas, y todas ellas están posicionadas en los rankings de las diez mayores compañías mundiales si usamos, podría ser otro, el criterio de capitalización bursátil. A saber, crecimiento: su incursión en dichos rankings desplazó en pocos lustros a las grandes empresas industriales y financieras del siglo XX. A saber, democráticas, o democratizantes: su papel, se decía antes de la burbuja finisecular de las puntocom, era aumentar la riqueza mundial, eliminar y simplificar procesos comerciales y dar al consumidor un mayor manejo del timón de la economía mundial. Todo lo cual -concentración, crecimiento y mayor libertad de mercado- ha resultado ser tan cierto como falaz, o sea, perverso en potencia. Siempre ha sucedido así a lo largo de la historia económica. Las rutilantes tech, si bien han facilitado el intercambio de una forma espectacular, como es propio de su papel de intermediarios natos, también han acaparado un poder que ya comienza a antojarse excesivo.

Un acrónimo de nuevo cuño identifica a estas compañías que sustituyen cada vez más a muchas otras en los sectores más variopintos, convirtiéndose en necesarios prescriptores y en el fondo vendedores en la sombra de la Red. Son los nuevos aduaneros globales, en detrimento de los Estados: los dueños necesarios del comercio, quizá de la banca o de la industria, serán las democráticas tecnológicas, con la excusa de una red social o un esquema de distribución que no se mancha las manos con el aceite de los camiones. Las letras de dicho acrónimo son Baadd, que en inglés vendría a significar 'Big, Anti-Competitive, Addicitve and Destructive to Democracy, es decir, Grandes, Anticompetencia, Adictivas y Destructivas para la Democracia. Son grandes, ya enormes e indispensables, y han propiciado una forma de competencia que está peligrosamente en pocas manos. Son adictivas por su gran funcionalidad. Son rasgos que no se pueden poner mucho en duda a estas alturas del XXI. Que sean destructivas para la democracia es algo cuya reflexión da más juego. ¿Cómo evitar que sean demasiado poderosas para el comercio verdadero -hablamos de oferta y demanda- y que no echen la pata a los poderes políticos que, mientras no se demuestre lo contrario, representan a las personas (mientras que las empresas, como debe ser, representan a sus propietarios)? Es impensable que la regulación política por sí sola, siendo esencial, ponga vallas a este campo más que infinito que nació con internet. Por cierto, Baadd suena mucho a BAD, Malas. No nos pongamos paranoicos, pero tampoco seamos ingenuos con el pretexto de la libertad de mercado. Un concepto, éste, que suele llevar implícito el caballo de Troya del abuso de poder. Mandaré ahora este artículo con la ayuda inestimable de Google.

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