La lluvia de azúcar que ha venido cayendo de forma contumaz sobre la solidez del Sevilla ha obrado como esas cortinas de humo que expandían los aviones en la Segunda Guerra Mundial para ocultar su flota naval al enemigo. El equipo que ahorma Julen Lopetegui, efectivamente, es un bloque, apenas comete errores atrás y son contadas las ocasiones que concede. Pero en esta mariana tierra somos muy dados al presuroso repique de campanas. Jamás aprenderemos. El personal estaba relamiéndose antes de tiempo, con las contadísimas gotas de miel que rezumó, en las cuatro jornadas anteriores, el ataque sevillista. No siempre iba a salir Jordán a tapar las vergüenzas con su gol de oro.

Los equipos grandes, grandes, son los que hacen que la gallina cante. Y más si llegan escocidos por una derrota de las que convierten el entorno en un ejército de jacobinos. Era el caso del Madrid y de Zidane, que en la rueda de prensa previa al pulso en el Ramón Sánchez-Pizjuán lanzó un órdago a sus jugadores. Vino a decir, sin decirlo, que si querían salvarle la cabeza habrían de demostrarlo con hechos. Y lo hicieron. James y Hazard se mataron a correr.

Y como el Real Madrid, por mucho que las casas de apuestas diran como ligero favorito al Sevilla, es mejor que los anfitriones hombre por hombre, la gallina cantó.

Hay veces en las que el inferior se ha cobrado la cabeza del coloso por su mayor ardor y su eficacia. Pero esta vez no hubo ni lo uno ni lo otro. El Sevilla desprendió una frialdad apabullante en su propuesta. Tan ajedrecístico fue, que hasta la grada se olvidó de que aquello era fútbol, que su equipo era líder y que enfrente estaba el Real Madrid.

Por supuesto que al sevillista le terminó de dejar helado el pavoroso hecho de que, si en lugar de Courtois guarece la portería Mario Vaquerizo, el Madrid se hubiera llevado igualmente los tres puntos. Y no es sólo por De Jong. Qué de hielo le echó Lopetegui...