Se echa el tiempo encima y los nervios en el PP no se disimulan. La conclusión es unánime, incluso entre aquellos a los que gustaría dirigir el partido: el único que provoca entusiasmo generalizado es Alberto Núñez Feijóo. El único. Pero no acaba de dar el paso y muchos de los que ansían que lo dé comprenden su posición, porque se siente bien como presidente de las Xunta, su futuro personal y profesional lo tiene sobradamente cubierto y, aunque se trata de un animal político, se comprende que se lo piense mucho antes de tomar una decisión de alto riesgo.

Las rivalidades internas son visibles, estaría obligado a tomar decisiones que no gustarían a todo el mundo, no es seguro ni mucho menos que el PP ganara las elecciones tal como están las cosas… y en Galicia puede seguir rematando proyectos en los dos años que todavía tiene por delante como presidente.

El miércoles se acaba el plazo para presentar candidatos y los movimientos internos son la señal más clara de que no todo es lealtad y amistad incondicional en el PP. Mientras estuvo Rajoy en la presidencia del partido y del Gobierno se solaparon las rivalidades personales, que son serias, pero en cuanto anunció su retirada salieron abiertamente a la luz. Margallo declaró su disposición a hacer cualquier cosa con tal de que Soraya Sáenz de Santamaría no fuera portavoz parlamentaria, los afines a Cospedal y a Soraya ya no niegan que su relación personal es inexistente y Margallo ha empezado a recoger avales porque cree que Feijóo finalmente no se va a presentar y quiere poner nerviosos a los que se inclinan por Soraya. Y Cospedal ha convocado a la Ejecutiva manchega, que preside, el próximo martes. Una cita en la que tendrá que definirse.

La presión que sufre Feijóo es brutal. Mantiene las dudas, pero se le acaba el tiempo. De su decisión depende en gran parte que el PP pueda ganar nuevamente unas elecciones o que salte por los aires por sus luchas internas.

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