Tú, que en el verano del 75 entraste de la mano de tu padre en aquel cernudiano patio de adelfas de la calle Harinas para sacarte el carnet, y que te hiciste adulto entre los regates de Montero o el Moi y esos otros regates que el destino le daba a tu ilusión cada fin de temporada; o tú, que pusiste las pesetas que no tenías para cerrar La Bombonera ilusionado, sin atisbo de éxito, en revivir aquellas tardes de abigarradas gradas y goleadas búlgaras en el Viejo Nervión; o tú, que viste al Sevilla del color de la ceniza aquel infausto día del Linares; o tú, que te subiste al primer Amarillo que salía de Rota y te plantaste en el implacable ferragosto sevillano del 95 para rugir que tu Sevilla no bajaba a Segunda B; o tú, que llegaste a sacar pecho, que ya son ganas de resignarse a una maldita suerte, por haberte cruzado toda España y llorar junto a Monchi en el Carlos Tartiere. Y por supuesto tú, que hiciste lo mismo que Frode Olsen, aquel portero-tenor noruego, y abandonaste el estadio en el descanso de ese otro partido, indigno, ante el Oviedo.
Todos, absolutamente todos, salisteis de aquella maldita e interminable espiral de gloria contada en sepia gracias a aquel zurdazo de Antonio Puerta el Jueves de Feria. Y hoy, aquella escenografía de bufandas rayadas en azul, blanco y rojo, que de vez en cuando os ha vuelto a saltar en la memoria para vuestro deleite, volverá al Ramón Sánchez-Pizjuán por si alguno aún no termina de convencerse de que fue real. De que sucedió para cambiarle el destino al Sevilla y a los sevillistas.
La explosión fue tal aquella noche con el golazo de Antonio, que hasta las víctimas se embarcaron en la ola de euforia y con el tiempo han sufrido una especie de síndrome de Estocolmo con los secuestradores de su ilusión. Se sienten dichosos de haber estado ahí para verlo y contarlo y hoy saltarán ufanos para que el homenaje sea perfecto. Para que nada falte y el tributo esté a la altura del mito. ¿Irás?
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