Vamos a intentar sintetizar la situación de fragilidad económica que sufrimos por lo que es ya una pandemia de gripe. Primero, la caída de las bolsas es estrepitosa, pero en 2019 las bolsas subieron sin motivo en Estados Unidos entre un 22% y 42%, y en Europa entre un 12% y un 26%. Igual ocurrió con Asia y los países emergentes. Hace dos semanas las bolsas subían en el año alrededor del 8% las norteamericanas, y entre un 3% y 5% las europeas. Las acciones más líquidas de compañías grandes son las que se venden antes, y las pequeñas aguantan por el momento, siendo el factor principal para las ventas la sensibilidad ante el mercado -baja porque baja-, sin que influya todavía los beneficios ni el factor dividendo. Así pues, ante las caídas lo mejor es cobrar los dividendos, y esperar, pues no hay alternativas en un mundo con tipos de interés en negativo.

La segunda cuestión se compone de cuatro hechos probables: uno, el impacto durará más allá del primer trimestre de este año; otro, las inversiones se van a retraer; el consumo de las familias se reducirá, y, por último, la recuperación no será un rebote (en V), sino más lenta. Esto va a ser así porque sabemos que si el número R del matemático Klaus Dietz (1970) para la propagación de un virus es menor que 1, la epidemia se reduce sola; pero si es 2, como en la actual, la única forma de contenerla es mediante controles y aislamiento. Esto nos lleva a una tercera cuestión sobre las empresas, que necesitan tener liquidez, organizarse para hacer frente a escasez de suministros y de personal, y asesoramiento para negociar seguros y contratos en situaciones que puedan considerarse o no de fuerza mayor. Los gobiernos central, autonómico y local han de anticiparse a los problemas dando liquidez a las empresas, acelerando pagos, y retrasando impuestos y cuotas, lo que a su vez tiene dos implicaciones: una, olvidarse por el momento de un presupuesto restrictivo, y otra, que bancos centrales como proveedores de liquidez de último recurso a tipos negativos, y ministerios de hacienda en su papel de estabilizadores de la economía, tienen que trabajar ya en prevenir el impacto económico con la misma intensidad que lo hacen para la salud los servicios médicos de urgencia.

El mayor productor del ajo del mundo es China, y el segundo, muy por detrás, España, aunque el ajo chino no puede compararse en calidad con el de Córdoba, por ejemplo; además, en Cuenca, Las Pedroñeras se considera la capital mundial del ajo morado. Es difícil precisar el precio del ajo, porque se vende más por cabezas que por peso, pero a productor puede estar entre 0,60 y 1 euro el kilo, y en supermercado a 5 euros el kilo. Ante la caída en la producción de China, el ajo español está de enhorabuena, pues la demanda internacional ha subido casi un 25%, ampliándose el número de países clientes. Nunca va todo mal a todo el mundo, y la Asociación Nacional de Productores y Comercializadores de Ajos puede aprovechar el momento para consolidar el producto como un antibiótico natural y, aunque no tuviera esa propiedad, no hay duda que su consumo masivo sería más eficaz que las mascarillas, evitando la proximidad que se considera fuente de contagio.

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