Análisis

carmen pérez

¿Qué va antes, reducir riesgos o compartir riesgos?

Qué va antes, reducir riesgos o compartir riesgos? Esta pregunta, que recuerda a esa otra popular que cuestiona qué es anterior, si el huevo o la gallina, no es poca cosa. Tiene dividida a Europa. Y de la respuesta que se le dé depende el seguir avanzando en la construcción del proyecto europeo o que se destruya. Una parte piensa que antes de dar el paso de compartir riesgos los países tienen que nivelar los propios. La otra, que hay que atreverse a compartirlos porque precisamente esa es la forma de reducirlos. Esta semana, con el riesgo de Italia como protagonista, este dilema se presenta con toda su crudeza: ¿estaríamos dispuestos a compartir sus riesgos?

El asunto es de la máxima trascendencia. Mario Draghi, hace unos días, en el Instituto Universitario Europeo de Florencia, defendía la segunda alternativa al señalar, como primer paso, la necesidad de completar la Unión Bancaria Europea. De hacerse, supondría compartir entre todos los europeos los riesgos de cualquier banco de la zona euro. En España, los rescates bancarios han sido soportados por el Estado español. Europa simplemente nos prestó el dinero. Con la Unión Bancaria finalizada, el problema bancario español se hubiera asumido como problema europeo.

Draghi se alinea así con Emmanuel Macron, el político actual que tiene una visión más clara de Europa. La importancia que le concede a que se concluya la Unión Bancaria se hizo patente en su campaña, en la que llegó a afirmar que "todo hubiera ardido si no se hubiera puesto en marcha". Para Macron no se puede ser tímidamente europeo; es de la unión, de donde nace la fuerza.

Sin embargo, este argumento no convence a Angela Merkel. Su postura ante el dilema es clara: lo primero es reducir el riesgo, luego vendría la Unión Bancaria. En lo que coinciden todos es en que acometer reformas estructurales y mantener la disciplina fiscal son absolutamente imprescindibles. Hay que evitar el riesgo moral de que unos países vivan descaradamente mejor a costa de los otros. Pero Merkel no se fía, y no le falta razón: ¿quién asegura que los países se atendrán a este comportamiento?

Italia es un ejemplo crítico. Su situación económica es delicada. Su sistema bancario no está saneado, y su Estado está débil para respaldarlo, por el bajo crecimiento de su PIB (1,5%) y por su enorme deuda pública, que supera los 2,3 billones de euros. Además las propuestas que plantea el sorprendente gobierno que se está formando -coalición del Movimiento Cinco Estrellas y la Liga Norte- constituyen una total afrenta a lo que determina Europa.

La respuesta a la cuestión "del huevo o la gallina" es una falacia del tipo círculo vicioso que puede alargarse indefinidamente. Al dilema europeo se le va a dar una respuesta en junio, con el problemón italiano sobre la mesa. Y el caso es que quizá no haya ni elección. Ya se ha llegado demasiado lejos. El BCE es propietario de 337.208 millones de euros de bonos italianos. Teóricamente no es un riesgo compartido pero no imagino cómo podría desatarse esa cuenta. No queda otra que atreverse. No se trata sólo de terminar de salir de esta crisis, es que la próxima está ahí a la vuelta.

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