Análisis

José Ignacio Rufino

¿Tú vas en 'prioritario' ni nada?

Decoración del hogar, turismo, gimnasios, supermercados convergen en la homogeneidad del 'low cost'Asistimos al comucapitalismo: los privilegios de antaño son cosa de masas

Hay un cierto momento en la vida de no pocas personas en que acercar el propio domicilio al lugar de trabajo y al colegio de los hijos supone una calidad en la existencia diaria que quien la tiene debiera ponderar en sus bendiciones. En una fase contemporánea o posterior a esa, el gimnasio a tiro de piedra puede ser otra bendición de urbanita del XXI, una fuentecilla de salud y una pompa de abstracción de los problemas cotidianos. De hecho, la eclosión de centros de fitness, wellness y demás barbarismos de usos pequeñoburgueses responde a ese esquema. Y un rasgo que confirma la tendencia inexorable a la homogeneización de las costumbres de consumo, el bajo coste, que se enseñorea en otras expresiones de consumo, como los supermercados, la decoración del hogar, el turismo o la vestimenta. Los gimnasios también se han adaptado al comunismo capitalista que se universaliza entre segmentos de renta diversos, y así resulta que un centro deportivo de cintas de correr, bicicletas estáticas, saunas y jacuzzis es ahora mucho más barato que hace veinte años, en términos de porcentaje del salario empleado. Tener una cocina estilosa, volar a París, comer humus en la cena o tonificar la caja torácica es ya cosa de casi cualquier bolsillo. Y al mismo tiempo, en aparente paradoja, disfrutar de la exclusividad ha transitado de ser caro a ser prohibitivo para la mayoría; en muchos casos imposible de encontrar si no vives en una metrópoli, donde hay demanda suficiente de servicios de alto nivel como para hacer rentable una oferta asociada.

Es el comucapitalismo: la desigualdad inclusiva, la socialdemocracia de la economía de mercado victoriosa, la extensión del servicio y producto que antes era privilegio a una categoría estándar. Un gimnasio de 30 euros -donde antes eran muchos más en paridad adquisitiva-, con recorte drástico de servicios extra, es un negocio en auge. Que, claro, requiere de un número de clientes alto que permita el low cost y su pelea en costes: proveedores, gran rotación, uniformidad, eficiencia organizativa, pago severo por el extra. Todos Paris Hilton de Decathlon, Zara, Mercadona, Ikea, Ryanair. Los habitantes de la media crecen; las colas de la distribución -la exclusividad y el lujo- se reducen a un público objetivo cada vez más estrecho que puede pagar la diferenciación verdadera. Porque se trata de eso: de la hibridación global de las estrategias del coste bajo para muchos con la del coste mayor para menos personas que valoran -y pueden pagar- el espacio, el silencio, la comodidad, la atención personalizada, el traje a la medida, la almohada en el vuelo, el jacuzzi de PH fiable. Cerremos el círculo del ejemplo de partida: el gimnasio exclusivo hay que pagarlo cinco veces más que el de batalla, al que, sólo en apariencia, no le falta ni gloria.

Hace unos días viví una escena de lo más simbólica. En una cola de un vuelo de la reina irlandesa de la aviación para todos los públicos, Ryanair, la de los pasajeros de "embarque prioritario" era al menos igual de larga que la de los que no habían pagado ese suplemento. La preferencia, una broma. Dos parejas ataviadas aeroportuariamente como se ataviaba la gente hace apenas tres décadas -ropa costeada, algún bolso de Louis Vuitton, un panamá, gafas de marca- se dirigieron, con poco contenido aire de indignación, al principio de la cola "prioritaria" para protestar por la invasión de criaturitas en lo que creían ser su acceso. Habían pagado, he ahí la clave del truco del almendruco, diez euros más por ello. Hasta yo me apuré cuando la azafata -apuesten a que su sueldo no rebasaba los mil euros-los remandó al final, atribulada por su faena y sin lugar para contemplaciones: "Todos ellos van en embarque prioritario, señores".

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