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El viaje del Emérito a un país que ya no existe

La visita de don Juan Carlos a España añade más problemas a la Corona El Rey emérito no es un ciudadano más: debió dar explicaciones de su comportamiento Vox desata la polémica y el temor en el PP por menospreciar a una diputada con una discapacidad

Juan Carlos I saluda a bordo del 'Bribón' el pasado domingo durante la última regata celebrada  en Sanxenxo.

Juan Carlos I saluda a bordo del 'Bribón' el pasado domingo durante la última regata celebrada en Sanxenxo. / Efe

El Rey emérito ha viajado esta semana a un país que ya no existe. Acunado por amigos y cortesanos, y amparado políticamente por los partidos de la derecha, don Juan Carlos ha pisado suelo español casi dos años después de salir por la gatera rumbo a Abu Dabi. Fue un mal presagio, confirmado posteriormente por los hechos, que el intento de naturalizar su regreso tuviera como destino la caña del Bribón en una regata en Sanxenxo. Pero el desarrollo del viaje y la actitud del antiguo monarca han empeorado las previsiones más pesimistas. Se puede afirmar sin temor a errar que el Rey emérito no conoce la España de 2022. Estos dos años en la mansión de la isla de Nurai lo han dejado completamente fuera de juego. Ignora que éste es un país dolido por las sucesivas crisis económicas, dolorido por los 106.000 fallecidos por el Covid y espantado por la creciente falta de solidez institucional, que es proporcional a la desconfianza que inoculan los partidos políticos entre los ciudadanos. Hay ya demasiadas cosas que don Juan Carlos no sabe de una sociedad que perdió la inocencia hace mucho tiempo. La España que persigue el primer verano con el virus casi domesticado se duele por el futuro de los jóvenes, por las desigualdades sociales severamente instaladas y mira con temor a la frontera este de Europa. No está ni para regatas ni para viejas glorias en papel cuché.

La España pos 'juancarlista'

Sea por amnesia, por desdén o por ignorancia, quien fue Rey durante 39 años no ha caído en la cuenta de que España no es ya aquel reino feliz juancarlista que le reía las gracias al monarca campechano, al que se le tapaba y se le perdonaba todo porque se le agradecían los servicios prestados a la democracia y porque, soterrada y, como se ha comprobado, erróneamente, disfrutaba de aquel pacto no escrito de protección a la Corona. La ciudadanía, los medios de comunicación y la mayoría de los partidos no están ya dispuestos a seguir exonerándolo de comportamientos indignos como si aún estuvieran calientes los rescoldos de un 23-F en el que don Juan Carlos vestido con el uniforme de capitán general de los ejércitos tranquilizó a la incipiente España democrática.

Libre de acusaciones penales en España -no en el Reino Unido- adeuda explicaciones al pueblo que lo apoyó durante tantos años, porque el primer servidor del Estado no se rige sólo por las leyes, también por la probidad. Debió venir a su país a hablarnos de su evasión de impuestos: llegó a ocultar hasta 56 millones de euros según la Fiscalía y salvó la situación abonando 700.000 euros a Hacienda. Hubiera estado bien que nos contara algo de la donación de los 100 millones de dólares del rey de Arabia Saudí, Abdalá ben Abdulaziz; o del trasiego de dinero que se traía con su ex amante Corinna Larsen, a la que por cierto alojaba en el pabellón de caza de La Angorrilla, una finca situada a sólo unos kilómetros de La Zarzuela. Debió explicarnos a los españoles por qué tenía cuentas en Suiza, manejadas para colmo por el gestor Fasana, el hombre que movía buena parte de la corrupción de la Gürtel, mientras sus conciudadanos sudaban pagando impuestos a esa Hacienda que aparentemente es de todos.

Regata, 11 horas en Zarzuela y regreso en el jet privado

Nada de esto ha ocurrido. Su visita ha sido una navegación placentera en el útero de sus amistades y 11 horas en Zarzuela con su hijo, con Felipe VI, de cuya charla tenemos apenas un testimonio dolido e indirecto del monarca actual respecto a las consecuencias que tienen las conductas indeseables. Ha dejado don Juan Carlos el ensayo patético y forzado de querer mostrarse cercano a los ciudadanos, como si fueran a sacarlo a hombros. Y ha colocado dos mensajes: ¿Explicaciones de qué? y volveré cuando quiera. Justo lo contrario de la discreción y el perfil bajo que le había solicitado la Casa Real. Flaco favor le hace a su hijo, que ve cómo su padre ha vulnerado todos los principios éticos que va propiciando y practicando con decisión para amurallar a una institución que, realmente, va necesitando cada vez almenas más altas.

¿Quién daña a la monarquía?

Que el Gobierno y otros partidos hayan demandado explicaciones al Emérito no es una campaña contra la monarquía, lo diga el PP o su porquero. Es un argumento de madera. Difícilmente se puede entrever una grieta en la trayectoria del PSOE respecto a la Monarquía. Pedir explicaciones es justo lo que procede en un Estado democrático curado de espanto que trata de salvar algunas dignidades. Nadie ha cuestionado que pueda venir a España cuando quiera y demandar explicaciones no supone un debilitamiento de la institución. Más bien al contrario: la Monarquía sigue debilitándose por culpa de los aduladores incapaces de marcar distancias con el comportamiento impúdico de don Juan Carlos. No se sabe con qué criterio pretenden hurtar las explicaciones -o las disculpas si fueran menester y creíbles- a los ciudadanos. Así sí socavan a la institución, que trata de seguir a flote en días turbulentos. Ya dijo el Emérito aquello de "lo siento mucho, me he equivocado, no volverá ocurrir" cuando regresó con la cadera rota de cazar elefantes en Botsuana junto a su ex amante mientras el país zozobraba en plena crisis económica.¿No aprendemos? ¿No sabemos que la actual triste figura pública del Emérito es consecuencia de la dejación de unos poderes públicos y privados que se hicieron los ciegos durante demasiado tiempo? Pedirle a quien fue jefe del Estado durante casi 40 años que atienda a la demanda social sobre su comportamiento es un ejercicio democrático, justo y lógico. Es incoherente pretender tratar al Emérito como si fuera un ciudadano más protegiéndolo con exceso de celo precisamente porque no lo es. Fabricar coartadas y acusaciones falsas contra quienes piden explicaciones es una forma irresponsable de seguir acumulando barro bajo los pies de quien fue el llamado piloto del cambio y que ha devenido en alguien que ya no entiende a su país ni a su gente. Una pena, con el olfato político y la capacidad que siempre tuvo para hacer lo que tocaba y acercar a políticos que estaban en las antípodas ideológicas. Que la memoria no sea flaca: ni para olvidar su papel preponderante en la recuperación de la democracia ni para ignorar los desatinos en los que ha incurrido y de los que sólo él es responsable.Don Juan Carlos ha envejecido mal, y no precisamente por su problema de cadera.

Cuando Vox hace de Vox

Clarificadora semana en cuanto a lo que puede esperarse de la extrema derecha en las instituciones. Juan García-Gallardo, vicepresidente del Gobierno de Castilla-León, donde gobierna con el PP, y líder de Vox en esta comunidad, ha dado una lección práctica de cómo entiende su partido -que no sólo no lo ha rectificado sino que lo apoya- a las personas con discapacidades. No forman parte de su concepto de la normalidad, aunque es casi mejor no conocer el concepto de normalidad de García-Gallardo. Pero para él no son normales. Son, simplemente, distintas. Hemos de suponer que distintas pero a peor. Una discapacidad física convierte a los ojos de Vox a las personas en algo parecido a bichos raros, ajenos al anhelo de perfección física y moral que tanto recuerda a algunos delirios de la pureza genética aria y las locuras que llevaba aparejada aquel ideal de una raza superior. "Le voy a responder como si fuera una persona como las demás", le dijo el líder a Vox a la procuradora socialista Noelia Frutos, quien sufre enanismo diastrófico y se desplaza en silla de ruedas. Pocas intervenciones tan brutales, carentes de sensibilidad y, a la vez, tan ejemplificadoras hemos visto. El problema y la virtud de la extrema derecha es que no se esconde. Para eso, dirán, ya está la derechita cobarde.

Lío para el PP

García-Gallardo ha metido en un lío al PP, incapaz de marcar distancias de forma fulminante con su socio. A los populares sólo les sirve -además de los votos de los de Abascal- un perfil bajo de sus socios que esconda más o menos el espanto de tenerlos en el Gobierno. Necesitan homologarlos para que nadie se espante al verlos en las instituciones, pero se ve que no es posible. A las puertas de las elecciones andaluzas, el vicepresidente castellano-leonés coloca en la palestra el profundo significado de pactar con ellos. De hecho, el joven abogado promete dar espectáculo. Para Francisco Igea, el líder de Cs en la comunidad y su antecesor en el cargo, médico de profesión, también ha tenido una gracieta: "La pena me la dan sus compañeros del hospital de Palencia, que le tienen que aguantar de vez en cuando haciendo colonoscopias". Seguro que en esa diatriba hay algún mensaje oculto propio de una mente retorcida.

Presidente maniatado

A veces a la derecha extrema no se le ve venir por sus propuestas económicas, o camuflan su verdadera agenda social y liman las barbaridades verbales hasta que llegan al Gobierno. Una vez en el poder se desatan. Qué tristeza ser presidente -Mañueco parece un tipo moderado- de una comunidad autónoma y no ser capaz de decirle a su vicepresidente que es un bárbaro, obligarle a retirar sus palabras o destituirlo. La tardía y taimada reacción de Mañueco, que lo ha hecho por aliviarle la presión a Feijóo, forma parte de la peor solución: pedir disculpas "por si alguien se ha sentido ofendido". Eso no es disculparse. Es añadir más cinismo al asunto. Qué duro sentarse en un consejo de Gobierno con gente que cree que los discapacitados no son personas normales. Cada uno tiene las hipotecas que se busca. Ésta es de las peores.

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