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Análisis

José Ignacio Rufino

El voto simple

Nadie parece mirar el credo de Vox, ese partido tenido por fascista y de ultraderecha que en lo económico es todo menos fascistaLa propuesta de Vox no engaña; su simplicidad ideológica es rentable

La aritmética negociadora que impera en las semanas que suceden a cualesquiera elecciones es un mal necesario de la democracia. Sin embargo, resulta del todo descorazonador que los partidos intercambien estampitas sustanciales con estampitas formales. Que el perfume pese más que la salud. Que lo formal y epidérmico sea más definitivo que lo que en realidad afecta a la vida diaria de las personas, a su futura pensión, al empleo de los jóvenes de los que depende su futuro y el de los propios pensionistas, a la carga tributaria de unos y otros; a la política, en suma. Las cosas de verdad -¿cabe discutir cuáles son esas cuestiones?- se ven arrinconadas por las de mentira. Resulta alucinante que un partido. Vox, que decide si se conforma un Gobierno de una comunidad autónoma de más de ocho millones de habitantes sostenga que los que pegan y hasta matan a sus parejas no son los hombres. Que los que reciben las leches y las puñaladas no sean necesariamente las mujeres. Pero esto no es más que superficial. Nadie parece mirar al credo de este partido tenido por fascista y de ultraderecha que en lo económico es todo menos fascista. Sino que es neoconservador. Ultraliberal. En realidad, puede que su estrategia, a falta de verdaderos principios, sea la propia de una pura partida de póquer frente a viejos borrachos. Viejos de edad, borrachos de poder. Los partidos caducos.

Aunque los programas económicos de los partidos son gomosos y maleables, conviene atender a ellos en lo esencial. Evidentemente, o sea, a tenor de los hechos, Vox es un a apuesta política que apela a lo rancio burgués y al mismo tiempo al obrero asustado. Pero toda esa mezcla rara no cotiza un hecho fundamental: Vox (quizá sólo la mitad de sus votantes, aventuro), odia la cobertura de los derechos fundamentales, a saber, sanidad y educación básica públicas (hasta que le viene bien). Nada tiene de nacionalsocialismo o fascismo, sino más de mal liberal, en el sentido español del término. No nos engañemos, el batiburrillo ideológico de Vox -un melón por calar- mama tanto del odio a lo catalán, como fuente de votos. como de la superficialidad iracunda con las que todos, todos, afrontamos las amenazas. Nos asustamos y votamos.

Realmente, no hay proyecto económico en Vox; y digo esto después de intentar leer su programa en la cosa. Lo que sí hay es frustración y mala leche; todo normal, con la que cae. Que más da la economía y el futuro de la gente, habiendo farfolla en la que enredarse. No se trata, ya puestos, de hablar de un partido que tiene a un juez como ariete, Serrano, que no pinta nada (cuenten sus horas). Se trata de que la renovación de las instituciones andaluzas (la mayor región europea) no esté condicionada por la cuña de Vox, que desde Madrid y con cuatro gatos nos encienden las tantas pasiones. No pinta nada Serrano. Ortega Smith, acerado, es el único referente de la negociación del nuevo Gobierno andaluz. Volvemos a los tiempos en que para denegarte un crédito el delegado regional le echaba las culpas a Madrid. Debemos creer en Juanma Moreno Bonilla como debemos a durísimas penas creer en Pedro Sánchez. Debemos también reflexionar sobre la aritmética del poder. Sobre cómo la mediocridad se impone, Quizá sólo debemos relajarnos, y dejar que cualquiera haga cualquier cosa, negociando con cualquiera. Como Pedro Sánchez, el solemne. Cuando los que ostentan el poder no están a la altura, qué hacer. Es importante no perder de vista que un partido nuevo, sin cuadros, es eso, un melón por calar. Y más si depende de Madrid. Ojalá nos sorprendiera Vox. Pero qué va.

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