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la tribuna económica

Joaquín Aurioles

Abandonar el euro

GRECIA está dividida en torno a esta cuestión y el resto de Europa también. Los griegos se sienten humillados y aunque aceptan que sus excesos como país tienen que pasarles factura, rechazan la suficiencia, no exenta de impertinencia a veces, con que se les pretende marcar el camino que deben seguir para ser merecedores del auxilio. No hay solidaridad ni nada parecido en las exigencias de la Eurozona y FMI y si Europa está dispuesta a intervenir para evitar el colapso del país lo hace en defensa de sus propios intereses, por lo que los griegos no sienten ningún tipo de deuda moral con sus rescatadores y alegan que si algunos están expuestos al contagio es porque tampoco han cuidado suficientemente sus defensas.

En el resto de Europa se ve de otra manera. Muchos declaran su indignación por tener que afrontar los costes directos de una catástrofe que no han provocado, pero sobre todo los indirectos, es decir, la desconfianza de los mercados, las crisis bancarias y, en definitiva, el lastre de la crisis de deuda soberana que amenaza con mantener deprimida a la economía europea durante una década. No sorprende por tanto que, aunque las cancillerías insistan en repetir la consigna de que no se va a dejar caer a Grecia y que permanecerá en el euro, cada vez haya más gente apoyando la sugerencia de un abandono controlado. Si Grecia volviese a su moneda comenzaría por aplicar devaluaciones cuya efectividad dependería de la reacción de los países del entorno y de lo que tarden en aparecer las tensiones sobre los precios. Lo que sí es seguro es que la devaluación del nuevo dracma en un 25-30% haría más pobres a todos los griegos en ese mismo porcentaje, porque sería lo que se reduciría el valor de sus activos frente al exterior, y elevaría el valor de su deuda externa. La receta es amarga y ha sido probada en otros países como Argentina, Uruguay o Hungría que, con paciencia y tremendos costes sociales, están consiguiendo abrir una vía de escape a la difícil situación que han vivido e incluso recobrando parte de la competitividad perdida. Son soluciones traumáticas, pero tampoco muy diferentes de la

Los rescatadores exigen a Grecia para liberar el segundo paquete de ayudas por importe de 109.000 millones de euros, que la mitad de los griegos está dispuesta a aceptar y que también apoya una mitad del resto de Europa.

¿Cuáles son entonces las razones de las otras mitades para defender la continuidad de Grecia en el euro? Aunque la respuesta es necesariamente compleja, se pueden apuntar dos detalles sugerentes. El primero es que aunque Grecia salga del euro, Europa seguiría defendiendo el rescate para impedir una catástrofe que arrastre a sus acreedores, pero perdería influencias para imponer las directrices de política económica que mejor se adapten a la defensa de los intereses que están en juego. La segunda razón sería el miedo de Alemania a la quiebra del proyecto de moneda única europea. Si otros países imitasen a Grecia y decidieran volver a sus antiguas monedas y al juego de las devaluaciones, Alemania se encontraría con un marco revaluado y un grave perjuicio para su competitividad exterior.

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