CUANDO se acerca imparable ese día de María Auxiliadora que este año es Domingo de Pentecostés y las urnas aguardan para abrir sus fauces se hace recuento de los pros y los contras de Zoido en sus cuatro años rigiendo la Casa Grande. Uno de esos pros, o contras, es la barahúnda del nomenclátor callejero. Entre la dichosa memoria histórica que en su labor inquisidora ha quitado el nombre de tantos que un día fueron próceres y la proliferación de vírgenes, cristos, hermandades, asociaciones, demás parientes y afectos, un centenar de nombres ha surgido en este tiempo. No pretendo criticar ni ponderar tal catarata de bautismos, ya que nunca, jamás, llueve a gusto de todos. Lo que sí vitupero es la enorme cantidad de calles que aparecen sin su nombre porque un día se quitó el rótulo para una obra y jamás se repuso para martirio de guiris y... de aborígenes.
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