Aburrimiento y miedo

Hoy en día no hay afrodisíaco moral que actúe con más eficacia que el victimismo

La vida es primero aburrimiento y luego miedo", dice un poema de Philip Larkin (Dockery e Hijo). Quizá no sea una definición muy exacta de la vida -la vida es mucho más que aburrimiento y miedo; también es júbilo, desesperación, amor, grandeza-, pero sí es una definición incuestionable del procés. Ya sé que todo lo que rodea el procés ha sido un tostón monumental. Y compadezco a los periodistas y curiosos que han seguido día a día el juicio en el Tribunal Supremo dirigido con mano maestra por el juez Marchena. Pero el procés ha servido al menos para que nos hagamos una interesante composición de lugar sobre el estado de nuestra psique colectiva. Y lo que nos ha revelado es que una persona nacida en una sociedad segura, libre y opulenta (sobre todo si se compara con el resto del planeta) puede desarrollar una extraña patología moral que la haga creerse oprimida, infeliz y maltratada. Hoy en día no hay afrodisíaco moral que actúe con más eficacia que el victimismo. Y muchísima gente, en las sociedades prósperas y seguras de Occidente, necesita sentirse humillada, atropellada y vejada para sentirse viva. Es la única forma que conocemos de sentirnos importantes, es decir, reconocidos, es decir, vivos.

Y esto es justamente lo que ha ocurrido en Cataluña en estos últimos años, un fenómeno que Freud definió hace ya más de un siglo llamándolo el "malestar de la cultura". Cuanto mayor es el nivel de bienestar y de prosperidad -y por tanto de aburrimiento- que existe en una sociedad, mayor es la tendencia a dejarse arrastrar por una pulsión violenta que ponga patas arriba esa misma existencia confortable y desprovista de emociones. De ahí se deriva que millones de personas adultas e intelectualmente formadas se hayan creído de verdad que vivían pisoteadas y humilladas por un Estado fascista. Lo curioso del caso es que el ordenamiento jurídico que tenía previsto la nueva república catalana no garantizaba la separación de poderes ni la independencia judicial ni los derechos de la oposición política; es decir, creaba un Estado muy parecido a un Estado autoritario, y más aún, un Estado parafascista.

Y lo peor de todo es que seguiremos empantanados durante años con esta historia infinita de aburrimiento y de miedo. De mucho, muchísimo aburrimiento. Pero también de mucho, muchísimo miedo.

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