ESTÁ viviendo España un gran debate social para formar Gobierno y entre las propuestas que están sobre la mesa de las distintas formaciones se encuentra la reforma de la Constitución española en varios de sus artículos.

En ninguna de ellas nadie ha planteado cambiar el artículo 16 para que España deje de ser un estado aconfesional y pase a ser un estado laico. Sin embargo, Izquierda Unida y Participa se han arrogado esta propuesta en el último pleno municipal. Nada más y nada menos que cambiar la Constitución para que en el callejero de Sevilla no tenga presencia en un futuro nada que tenga que ver con la religión, la católica claro, porque de las otras confesiones nada se ha dicho. En Sevilla tiene calle en la Barqueta, por ejemplo, Vib Arragel en recuerdo de los musulmanes reyes andalusíes.

O para que el Ayuntamiento no disponga de palcos para sus concejales, que son usados como cortesía para atender a quienes nos visitan. Este debate de los palcos demuestra también algo de desconocimiento histórico porque ya el primer alcalde democrático, Luis Uruñuela, renunció -en función de la aconfesionalidad- a organizar los palcos, cediéndolos al Consejo de Cofradías, que, además, como cualquier hijo de vecino tiene que pagar las tasas de la vía pública.

La propuesta ha sido desafortunada en las formas y en el fondo. Y adolece de falta de conocimiento histórico de la antropología de esta ciudad, donde precisamente un candidato de Izquierda Unida, como el recordado Adolfo Cuéllar, fue hermano mayor de la Carretería. Y donde el número 1 por Sevilla de Podemos, Sergio Pascual, fue costalero de los Estudiantes. Esta ciudad entre lo uno y lo otro, como dijo Ortega y Gasset, ha elegido lo uno y lo otro. No necesita Sevilla este tipo de propuestas ni tampoco actitudes demagógicas como la de Zoido saliendo a la puerta de la Casa Grande a besar estampas de Santa Ángela. Eso estaba tan de más como la moción.