La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

¡Ahora nos acordamos de la ciencia!

La ciencia necesita tiempo, dedicación y sacrificio. Los gobiernos exigen resultados inmediatos, titulares

El primer brote de coronavirus se produjo en 2002. La ciencia se volcó en la investigación con tal intensidad que al año siguiente se registraron 1.157 publicaciones al respecto. La crisis económica de 2008 provocó un orillamiento de la ciencia, que quedó en mínimos vergonzosos en los presupuestos públicos. Parecía que la ciencia era un lujo que sólo las sociedades opulentas se podían permitir y que al primer revés se convertía, por supuesto, en prescindible. En 2009 sólo se registraron 250 publicaciones. Revelador. Este año 2020 vamos por 487, siempre según los datos de PubMed, que recoge toda la bibliografía médica. Sin dinero no hay ciencia, sin ciencia no hay vacunas. La clase política es la que decide las prioridades. La ciencia necesita tiempo, dedicación y sacrificio. Los gobiernos exigen resultados inmediatos, titulares, una gestión que vender en la lonja de la información diaria. La ciencia no es rentable a corto plazo para un político. Quizás sea esta crisis, tan fuerte que nos ha arrebatado la vida cotidiana, la que pegue el empujón definitivo para que la investigación acabe con este coronavirus. Ahora, como los malos alumnos que tratan de arreglar el desaguisado estudiando con prisas el día antes del examen, vemos cómo hay gobiernos que pujan por ser los primeros en hallar el remedio. ¿Un antiviral? ¿Un antibiótico con efecto antiviral? ¿Los militares chinos? ¿Los laboratorios norteamericanos? ¿Un ensayo en francés de última hora? No sabemos casi nada. No sabemos por qué las bajas alemanas son tan reducidas. No sabemos por qué el bicho no es tan letal en Andalucía. ¿Seguro que el calor nos librará del virus? Estamos supliendo con un voluntarismo tenaz la vergonzosa falta de medios, que no se está produciendo en el Tercer Mundo, sino en Madrid. El todopoderoso Estado y la envidiable sociedad del bienestar se han quedado en jaque en menos de una semana con el añadido previo del 8 de marzo, un espectáculo temerariamente pueril del que ahora se padecen los efectos. Algunos han quedado como Cagancho en Almagro, obsesionados con unas proclamas de las que han hecho su modo de vida. Ahora siguen, por cierto, demonizando la sanidad privada, absolutamente imprescindible como complemento perfecto de una sanidad pública que es motivo de orgullo para los españoles. Siguen con su barrila mientras caen marqueses y humildes, se contagian políticos y agentes de los cuerpos de seguridad, viejos y jóvenes. Pero nadie se acuerda de los años en que llovían los créditos, todo el mundo tenía derecho a todo, nadie debía privarse de nada. Y se olvidaron de la ciencia. La salud dejó de ser valorada porque sobraba de todo. Incautos. Y ahora se siguen yendo a las playas. Piensan que son inmortales. Y ni siquiera conocen el rostro del enemigo.

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