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La esquina

José Aguilar

jaguilar@grupojoly.com

Ahora la culpa no es de Pedro

Hay alguna gente que se cree invulnerable y sólo es insolidaria, que piensa que la democracia es que tienes derecho a todo

Nadie absolverá al Gobierno de su responsabilidad en la pandemia del coronavirus o, mejor dicho, en la especial gravedad y letalidad con que se ha manifestado entre nosotros. Una responsabilidad que se origina en cierto perverso cruce de carencias: imprevisión, negligencia, improvisación y rectificación. No han sido males universales. Unos gobernantes los sufrieron más que otros.

Ahora bien, resulta que los rebrotes que se temían para el otoño se han adelantado. La covid-19 no había sido derrotada, sino que seguía aquí, agazapada, esperando su oportunidad para crecer y propagarse. Se la hemos dado nosotros. Si los positivos se han multiplicado por cinco en un mes, las hospitalizaciones vuelven a rozar las doscientas diarias y en la segunda ciudad de España se triplican los contagios en una semana no es por culpa de Pedro Sánchez, el ministro Illa o Fernando Simón. Es sobre todo por el descuido de los ciudadanos.

No de la mayoría, claro. Pero sí de una minoría numerosa, suficiente para producir un daño incalculable (es lo que tiene este virus: no necesita grandes mayorías para envenenar a todo un país). Los datos están ahí. Consta que más del 40% de los infectados en esta segunda oleada lo han sido en reuniones sociales o familiares, celebraciones y encuentros amistosos. Nos relajamos en presencia de los más cercanos y aparcamos las precauciones delante de los que queremos, como si la amistad o el afecto construyeran un escudo protector. Todo muy natural y lógico, pero potencialmente nefasto. Y en la práctica lo está siendo, ya digo. En los ambientes cerrados en los que se contacta durante tiempo prolongado y en los lugares de ocio con mucho ir y venir de gente de distinta procedencia es donde el virus se pone las botas.

Luego está también, como factor de riesgo, la explotación agraria de temporada, con miles de jornaleros viviendo en condiciones insalubres, muchos de ellos inmigrantes que se aguantan con los síntomas porque declararse enfermos y pedir asistencia equivale a perder el trabajo y arriesgar la subsistencia. Finalmente, aunque no menos importante, la frivolidad con que se conducen ciertos individuos y sectores que, o se consideran invulnerables cuando son sólo insolidarios o se han creído lo que les han dicho desde pequeños: que esto de la democracia es que tienes derecho a todo y ningún deber. Son pocos, pero muy lesivos.

No son los gobernantes los culpables de que el covid-19 nos mantenga en vilo.

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