LA línea de la mentira va de Atenas a Budapest, y ya veremos cuál es su próxima parada. El Gobierno húngaro reconoció el viernes que la situación económica del país es muy grave y denunció que el gobierno anterior había manipulado los datos económicos para edulcorar la realidad ante sus socios europeos.

Grecia engañó a la Unión Europea. Lo hizo un gobierno conservador y tuvo que reconocerlo un gobierno socialista para lograr que la UE, y el Fondo Monetario, acudieran en su auxilio para evitar la bancarrota. Hungría también la ha engañado, pero al revés: un gobierno socialista ocultó sus cuentas deficitarias y el actual ejecutivo conservador ha tenido que hacerse cargo de la malhadada herencia. Cambia la ideología de los protagonistas y permanece la mentira como arma electoral.

Como las demás, la mentira de Estado también tiene las patas cortas. Tarde o temprano se acaba descubriendo que las deudas deben ser pagadas y que si uno vive por encima de sus posibilidades (por ejemplo, Grecia mantenía una edad de jubilación para sus trabajadores bastante más baja que Alemania) termina por comprender que no cuadran los ingresos con los gastos. Igual que la comunidad internacional tiene perfectamente definidos a los llamados estados fallidos o a los estados gamberros habrá que ir pensando en caracterizar a unos nuevos parias: los estados embusteros.

Cierto que Hungría es un país pequeño, de unos diez millones de habitantes, que ni siquiera está integrado en la Zona Euro, aunque por su PIB se sitúa en el nivel medio de los integrantes de la Unión Europea. Pero la economía europea se encuentra ya tan interrelacionada que una gripe -financiera- en cualquier sitio puede provocar una pulmonía general, más o menos prolongada. La noticia de la mentira, junto a otra también negativa sobre el paro en Estados Unidos, hundió la bolsa en distintos países, con récord para la española.

Y es que todos vamos en el mismo barco, aunque no todos se toman con la misma seriedad el cumplimiento de las normas que les permiten navegar en una compañía tan beneficiosa (a estas alturas nadie duda de que la Europa más o menos unida, aun con sus debilidades, es una fuente de prosperidad para todos). El problema es que a nadie se le puede dejar naufragar, ni siquiera como justo castigo a sus fallos y embustes. Las consecuencias habrá que pagarlas alícuotamente, en forma de préstamos multimillonarios y operaciones de rescate como la que se hizo con Grecia. Eso sí, los gobernantes electoreros y mendaces pueden ir desapareciendo de la escena política. Ya que es más difícil que desaparezcan especuladores y financieros sin escrúpulos, quizás nos conformaríamos.

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