Por derecho

Martín / Serrano

Alabar al que se va, reñir al que llega

VAYA por delante que recordaré siempre con aprecio el pregón de este año, ante todo por la afectuosa, justa e inesperada mención del "bueno de Ribelot y su Derecho de las Cofradías". Tuvo tino el pregonero al definirlo. Alberto se desvivió desinteresadamente por las hermandades; por todas en general y por muchas en concreto, principalmente desde su condición de jurista. Por lo demás, Henares fue auténtico, como pretendía y se esperaba de él. Dijo lo que pensaba y, esto es lo más relevante, ofreció, cuando más falta hace, un discurso cristiano. Además describió su apasionada y morosa visión de la Semana Santa, con una disertación que avanzó de menos a más. No comparto las críticas que inciden siempre en el valor literario del texto de los pregones. Llevado el asunto al extremo, pienso que el problema del pregón es que se edita. El genero pide una pieza para ser proclamada y sólo deberían recibir la gloria de la edición los verdaderamente literarios, que son muy pocos. Dejaría incluso fuera alguno de los que usted puede estar incluyendo en la lista.

Se me permitirá, en cualquier caso, que me refiera a un aspecto que considero digno de comentario. Hablo de la alabanza dirigida a quien parece que se va, aunque no se marchó todavía, y de la filial riña a quien todavía no ha llegado, al menos del todo. No discuto los méritos -son incuestionables como su capelo-, de quien durante más de 26 años se ha desvivido por nuestra diócesis y sus gentes. Pero habría sonado más sincero el elogio si no hubiese ido acompañado de la posterior carga ¿de profundidad? contra el recién recibido. En realidad el Coajudtor se hizo merecedor de la reprimenda pública por un comportamiento semiprivado. Tal vez el pregonero conoce las circunstancias precisas, pero no creo que se le pueda atribuir a Asenjo desprecio o menor aprecio a nuestras imágenes por el hecho de remitir a su secretario a quien tal vez le abordó cuando marchaba el aludido camino del altar. En cualquier caso, y fuera del peligroso precedente que se sienta de cara a tentaciones de futuros oradores, considero que no es el mejor modo de recibir al nuevo vecino de esta muy noble, muy leal, muy heroica, invicta y mariana ciudad. ¿Qué nos habría parecido que el afectado comenzase su pontificado con una bronca, grande o pequeña, a las hermandades o sus representantes? La convivencia es cosa de dos y exige por ambas partes mayores niveles de comprensión recíproca. No le hemos dado ni cien días. Todo ello, con independencia de una lectura más peligrosa del episodio. Me refiero al recuerdo de los 50 y a la problemáticas relaciones entre otros dos famosos prelados y dos modos de entender la Iglesia. Ya se sabe que la historia se repite como parodia.

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