SUENAN ya las alarmas por la sequía, por la pertinaz sequía que padecemos y que resulta paradójica cuando siguen vigentes en la retina aquellas inundaciones de hace un año, tan sólo un año. Con la otoñada tan buena que vislumbrábamos allá por septiembre y octubre, la cosa se ha complicado de forma que aquellos verdes de entonces han ido amarilleando hasta convertir el campo en un erial donde el ganado pasa tanta hambre como la que puede llegar a pasar su dueño como el tiempo reinante siga aliándose con la crisis. Hasta diciembre, o así, se iba al campo y el campo era un edén, una delicia verde que te quiero verde, un paraíso de aire limpio y fresco, pero los grifos se cerraron y cualquiera sabe hasta cuándo. Y es que, tal como pinta el panorama, ya ni siquiera cabe pensar en el bálsamo de esa tragedia que, en tiempos de normalidad, es la lluvia en Semana Santa. ¿Lloverá alguna vez? That is the question.