EL escándalo judicial destapado por el caso Mari Luz es un agujero especialmente negro de una galaxia repleta de procelosas materias oscuras. Cada dos por tres nos indignamos por crímenes de violencia conyugal cuyos autores son agresores reincidentes con órdenes de alejamiento de sus potenciales (y consumadas (víctimas). La España de los reincidentes es profusa y variopinta, desde la pederastia hasta los estafadores. Y la falta de control a todos ellos faculta la machacona perpetración de los mismos delitos por las mismas personas. Alevosía por doquier que tiene enfrente a una población que es blanco fácil y a unos efectivos judiciales y policiales cuya escasez de medios convierte su caterva de papeles atrasados en la coartada para la impunidad de lo que sucede en las calles.

La feliz operación que ha desmantelado en Sevilla una prolongada trama de expolio y venta de obras de arte religioso, indica cómo es el toma y daca de policías y ladrones. El caco más machacón de la banda es un toxicómano que tiene el récord difícilmente superable de seis asaltos al monasterio de Loreto, en Espartinas, y trece detenciones por veinticinco robos en cortijos, iglesias y conventos. En los juzgados le deben premiar por su productividad. Y su jefe es un vendedor de antigüedades en el mercadillo del Jueves. Tiene ¡72 años! No creo que con la ancianidad le haya sobrevenido el deseo de robarle al prójimo. Y ahí estaba el llamado El Alemán, tan campante, en la calle Feria, con su tenderete y sus cachivaches.

La opinión pública ha descubierto demasiado tarde que el Gobierno andaluz tiene competencias en la Administración de Justicia. La desatención es palmaria y el fracaso es clamoroso. Pasado mañana es el debate parlamentario de investidura de Chaves en su reelección. Y sabe que la gente no pide ciudades de la justicia. Se conforma con vivir en ciudades donde se cumpla la ley, se prevenga la fechoría y se ejecuten las sentencias.