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CONOCÍ al actor Alejandro García por dos trabajos en los que estaba muy grande. Primero en el cine con Clases particulares, un cortometraje de Alauda Ruiz, y después en teatro con el magno montaje de José María Pou de 'La cabra', de Edward Albee. Ahora, reconvertido en Alex, el actor arriba a la nueva temporada de Sin tetas no hay paraíso. Y algunas revistas argumentan, acompañando reportajes gráficos donde rebosa fotogenia, que pronto se convertirá en El Duque 2.

Desde luego que no es la primera vez que esto ocurre. Ni será la última. Cuando un Miguel Angel Silvestre pasa a ser fenómeno mediático gracias a su participación en una serie televisiva de éxito, queda demostrado cómo por más trabajo y talento que haya detrás, para lo que llamamos "gran público" no hay nada como salir en la televisión.

Es algo obvio. Asumido por la profesión. Que no deja de tener su importancia. Sobre todo para el que goza de esa suerte. Porque, digan lo que digan, es una suerte. Recuerdo una comida con Fernando Guillén y Gemma Cuervo, dos de los grandes en la televisión de los sesenta, en la que me contaban cómo gracias a un anuncio de Cola Cao, rodado en un primitivo blanco y negro, lograron el empujón para pagar las letras de una vivienda en Madrid.

El trabajazo de Alex García en La cabra no admitía discusión. Los teatreros lo supimos apreciar. Pero va a ser gracias a su personaje en Sin tetas no hay paraíso, lo que son las cosas, por el que Alejandro podrá cambiar de piso si así lo desea, va a figurar en el mapa interpretativo que de otro modo se le resistiría, e incluso, si se le antoja, podría lanzarse a hacer publicidad. Que parece que no, pero ayuda. Y si no que se lo digan a las Amparos Larrañaga de turno.

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