De todo un poco

enrique / garcía-máiquez

Amarillo y negro

LA muerte, asesinada con casi toda probabilidad, de la niña Asunta Basterra Porto ha despertado un enorme interés en la sociedad española. Ese interés, en cuanto crece impetuoso, se califica enseguida como amarillista por las opinadores más sosegados y sesudos. Yo no vengo a justificar de ningún modo el amarillismo, pero sí a defender la atención de la gente, su escándalo, su dolor y sus deseos de saber la verdad y de que se haga justicia cuanto antes.

Coincide este escándalo social con la presentación de los nuevos presupuestos generales del Estado, con sus cientos de miles de millones de euros, cantidades inabarcables. Y el contraste entre las inmensas magnitudes, abstractas y anónimas, y la pequeña existencia tronchada, con su nombre y sus dolorosos apellidos, debería servirnos para no perder nunca de vista (sin demagogias, porque necesario es todo) que lo más importante es cada persona, cualquier vida, la justicia. Hay quien se empeña en ver morbo y mal gusto detrás de toda la atención que la gente presta, pero es que hay quien se empeña en verlo todo negro. En realidad, hay mucha compasión por la víctima y un ansia, a veces precipitada, de verdad. Yo iría más lejos: lo lamentable es que la presión social sólo se concentre en casos muy llamativos y durante muy poco tiempo. Ojalá todo el país sintiese lo mismo ante cada una de las víctimas de cualquier delito o desgracia. Mientras tanto, hay que reconocer que es mucho más humana y natural la intensa atención a determinados casos que la fría indiferencia por lo que ocurre a nuestros vecinos más indefensos, como suele pasar.

Las nuevas tecnologías han traído grandes retos y ventajas a los medios, pero la información a la carta conlleva la pérdida de la unidad del periódico de papel, donde todo viene encartado, cosido o grapado en un volumen, que se hojea completo. Que junto a las páginas de política general y a las de economía, con sus ideas generales, sus contabilidades y sus generalizaciones, aparezcan los sucesos y hasta los ecos de sociedad, con sus nombres propios, con sus tragedias concretas y sus contadas comedias, produce un inconsciente equilibrio entre lo abstracto y lo particular, que una sociedad sana no debe perder nunca. Nuestra pena y nuestra piedad por Asunta siempre serán pocas. Ella sola se merece tanta atención como todos los presupuestos generales, y se la estamos dando.

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