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La crónica económica

Joaquín / Aurioles

América Latina

LA economía latinoamericana realizaba el tránsito al siglo XXI abandonando la injusta crisis financiera de Brasil y levantando el corralito argentino. Los peores presagios se cernían sobre la región, que todavía curaba las heridas de la traumática década perdida de los años 80, y la situación se convertía en caldo de cultivo para el tipo de soluciones que se proponía desde Occidente y que se resume en el denominado Consenso de Washington (privatizaciones, disciplina presupuestaria y reforma fiscal, derechos de propiedad, libre comercioý). El nombre de la capital norteamericana obedece a que allí está la sede de una serie de instituciones nacionales e internacionales que defendieron su implantación, a pesar de la fuerte, y ocasionalmente violenta, oposición de los movimientos antiglobalización y no alineados en general.

Lo sorprendente es que tanto Brasil como Argentina decidieron al poco tiempo cancelar deudas con el FMI, dejando evidencia de que podía haber otra forma de hacer las cosas. Lula da Silva fue el primero en impulsar reformas sociales radicales, aunque sin poner en riesgo los avances conseguidos en materia de estabilidad macroeconómica. Luego llegaron Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Ecuadorý y otras opciones que no alcanzaron tanto éxito en las urnas, pero que llegaron a dejar testimonio de su existencia por todas partes. Cuando Evo Morales nacionaliza los yacimientos de gas en Bolivia, cumpliendo el compromiso electoral que le lleva a la Presidencia de la república, los portavoces de las grandes compañías salen a la palestra, advirtiendo de la soledad en que puede quedar su economía si se retiran con su tecnología y con sus ingenieros, pero la lectura que se hizo desde el interior de país es bien distinta. Si después de tantos años no existen ingenieros ni la menor capacidad para controlar la actividad que más riqueza genera en el país, es que todo se ha estado haciendo mal.

En lo que va de siglo, Latinoamérica ha reducido aranceles y obstáculos al movimiento de capital, ha privatizado servicios públicos y ha reducido la regulación de su economía, terminando por convertirse en una de las zonas más dinámicas del mundo. Para el año que acaba, se espera un crecimiento superior al 4 por ciento, bastante alejado del 5 de 2006, pero con una resistencia al contagio de los problemas del gigante del norte desconocida en el pasado, que se refleja en la fortaleza de sus monedas frente al dólar, y con la inversión extranjera interesada en aumentar su participación en el sector privado de su economía. Entre los problemas pendientes de resolver permanecen la persistencia de la pobreza, la crisis de confianza en las instituciones, el gasto público excesivo en algunos países y la corrupción, a los que este año se añade la inflación. Como también ocurre en España, se padecen los efectos del encarecimiento del petróleo y de las materias primas y los alimentos, pero la inflación se consigue mantener en un dígito en la mayor parte de los países. Las excepciones son Bolivia y Venezuela, donde se mantienen los dos dígitos, hasta llegar, en el caso de la última, a superar la barrera del 20 por ciento.

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