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DERBI Joaquín lo apuesta todo al verde en el derbi

La ciudad y los días

Carlos Colón

América

DIGAN lo que digan, que decía Raphael, hoy todo el mundo mira hacia los Estados Unidos como anoche todas las emisoras de televisión y de radio, al igual que todas las ediciones digitales, informaban sobre el desarrollo de las elecciones. A través del poder económico y político, de los vaqueros y las hamburguesas, de Hollywood y el Village, del jazz y el rock, del cómic y la literatura o del graffiti y el rap -escojan lo que quieran según preferencias personales-, los Estados Unidos forman parte de las vidas de todos nosotros, no sólo a gracias a su poder, sino sobre todo a nuestras elecciones personales, nuestro gusto y nuestros hábitos.

Se me dirá que ayer y hoy todo el mundo mira a los Estados Unidos porque el resultado de las elecciones tiene alcance internacional, lo queramos o no. Y es verdad. Pero también lo es que cuando los Estados Unidos silban todos acuden, aunque se hayan pasado la vida mordiendo su mano. No hay actor o director, por radicalmente antiamericano que sea, que no acuda como un manso perrito cuando el tío Oscar lo llama. Y a Hollywood, que yo sepa, nadie va obligado.

Tampoco se obliga a nadie a ponerse unos vaqueros, comerse una hamburguesa, vestirse con una sudadera o cargarse de collares y anillos para rapear como un negro de Harlem. Ni es un agente de la CIA quien ha obligado al Café Sur de la calle Carlos Cañal a gratificar a sus clientes poniendo canciones de Billie Holiday o a colgar en su pared un maravilloso cartel en el que se ve a Duke Ellington y Benny Goodman compartiendo mesa mientras Ella Fitzgerald canta en el escenario de un night-club en el que hubiéramos querido estar, precisamente esa noche, para oír cantar The man I Love, Our Love is Here to Stay o He Loves and She Loves a la que junto con Lady Day es la más grande.

No es sólo poder, es también poderío. No es sólo imposición, es también seducción. No es sólo fuerza, es sobre todo talento. Lo que allí pasa y allí se hace nos concierne a todos en lo colectivo y en lo personal, en lo político y en lo cultural, en lo que nos gusta y en lo que no nos gusta porque, si el siglo XVIII fue francés y el XIX inglés, el siglo XX ha sido norteamericano. No sólo norteamericano, por supuesto; pero sí esencialmente norteamericano, estadounidense, yanqui. Por eso, hoy todos los periódicos, radios y televisiones se ocuparán de las elecciones norteamericanas mientras un chaval de cualquier barrio de Sevilla se pondrá sus deportivas, sus vaqueros y su sudadera a la vez que Javier y yo nos tomaremos un café oyendo a Billie Holiday frente a un póster de Ella Fitzgerald.

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