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Entre el Amor y la Esperanza

Livia Caro Rodríguez vivió los últimos 11 años de su vida en una lucha constante de Amor y Esperanza

La muerte de Livia Caro Rodríguez ha sido un duro golpe para todas las personas que la conocían, y para los amigos de su padre, el poeta y académico Joaquín Caro Romero, y su madre, Inmaculada Rodríguez. En casi todos los almanaques con citas lapidarias, se suele incluir la de "Dios escribe derecho con renglones torcidos", que en su origen era de Santa Teresa de Jesús, pero que después, de tanto repetirse, ha pasado a ser como de autor anónimo. En las homilías de los funerales se suele decir para procurar consuelo. A muchas personas les da igual cómo escriba Dios, sino que prefieren aferrarse a las que han sido las devociones de la familia Caro Romero: el Amor, la Esperanza… y el sufrir por los demás que enseñó Santa Ángela de la Cruz.

La historia de Livia es triste. Saltó a los medios, sin quererlo, el 15 de octubre de 2008 (festividad de Santa Teresa, precisamente), cuando fue atropellada en un paso de peatones por un camión que trabajaba en las obras de las setas de la Encarnación. Las contradicciones del destino. Se quedaba gravemente lesionada en una plaza que es la gloria de la Esperanza en los amaneceres del Viernes Santo, cuando la Virgen va buscando ese convento de Santa Ángela, al que tan vinculada está su familia. Su madre, Inmaculada, fue la representante de las hermanas de la Cruz en la coronación canónica de la Esperanza Macarena, en 1964. Su padre, Joaquín, ha pregonado la Esperanza de todas las formas posibles, ha escrito versos inolvidables que el pueblo hizo suyos, y es el autor de la letra de un Himno que todos los macarenos cantan con orgullo.

Livia vivió los 11 últimos años de su vida en una lucha constante de Amor y Esperanza, que fueron también sus devociones. Su padre era (y es) del Amor, y muy de la Borriquita, de la que contaba alguna curiosa anécdota. Pero Joaquín Caro Romero asumió que la forma más suprema del Amor es la Esperanza, que en los caminos de ida y vuelta siempre retorna a los amores. Como el que encontró junto a Inmaculada, y después con su familia; y en los últimos años de Livia con el cariño y el consuelo que le procuraban.

Cuando una vida desemboca en un epílogo triste, cuando unos padres entierran a su hija aún joven, se puede suponer que es la mayor crueldad del dolor. Sin embargo, cuando se ha vivido, a pesar de las punzadas, entre el Amor y la Esperanza, también queda una certeza: detrás de las lágrimas de esos ojos celestiales se descubre la promesa de una mañana eterna, la que nunca acabará, para despertar en otra vida más profunda y plena.

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